
La fabricación exprés de una presunta identidad nacional, motivada por la necesidad ideológica de consolidar un Estado en poco más de los restos peninsulares del miniaturizado imperio borbónico, se ha venido basando en menospreciar las diferentes culturas nacionales de los pueblos en él incluidos a la fuerza. A pesar del mito del “Estado más antiguo de Europa” con que nos martillean los variados aparatos difusores de la ideología de Estado(1), ningún sustrato de cultura específica sirve de base a lo que no es sino una entidad política, no nacional... salvo pasar a llamarle “español” a la lengua de Castilla (hasta 1923 la Gramática de la RAE todavía se catalogaba como lo que es: “castellana”) y vampirizar, vaciándolos de contenido, elementos de la cultura andaluza para hacerlos pasar por constituyentes de lo genuinamente español(2). En efecto, “según los usos y costumbres del nacionalismo español inconsciente, la guitarra es «españolísima», pero no lo son, desde luego, ni la tenora, ni el txistu, ni la gaita. ¿Qué es la «canción española», en el lenguaje del nacionalismo español? La copla andaluza”(3).