Desinstalando la historiografía colonial: vivisección de un tweet de Isabel San Sebastián (I)I
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- Publicado: Sábado, 19 Agosto 2017 11:16
- Escrito por Manuel Rodriguez Illana

<< «Malditos seáis, islamistas hijos de... Ya os echamos de aquí una vez y volveremos a hacerlo. España será occidental, libre y democrática.» >>
Más allá de las implicaciones, repercusiones y posibles trastiendas de la vil masacre, de lo que nos ocuparemos en este y en posteriores artículos será del universo ideológico que subyace a este microrrelato histórico de veintidós palabras. Dejaremos que sean los propios autores, a través del compendio de citas literales extensas que ofreceremos en las próximas líneas, sin demasiados comentarios por nuestra parte, quienes nos aporten los argumentos necesarios a la hora de desmontar todo el andamiaje conceptual que soporta la fabricación de la identidad estatal; un entramado que, en lo que a Andalucía se refiere, perpetúa nuestra enajenación cultural e histórica.
El citado tweet reproduce dos ejes básicos: de una parte, la cronología españolista de la tríada imaginaria compuesta por invasión árabe, reconquista y repoblación; de otra, el mito del occidente civilizado, cuna de la libertad y la democracia.
La citada incorporación, o asimilación, a la historia del ente colonizador, se vehicula a través de una narración carente de toda función crítica de la historia, ajena a cualquier método científico de análisis sincrónico, “inoculada en la psiquis del pueblo andaluz”, que “se caracteriza por la carencia de una función crítica que nos pudiera conducir a desvelar los hechos que han generado la actual estructura socioeconómica” de dependencia: “en definitiva, […] un mero rejuntamiento de hechos sin nexo de unión entre unos y otros y sin causas que encadenan unos hechos con otros” sin “dar explicaciones coherentes ni describir los procesos históricos que ha protagonizado un pueblo, ni analizar las causas ni consecuencias de las distintas etapas históricas para llegar a comprender cómo y por qué hemos llegado al momento histórico actual”, tratándose, en un ejercicio de mero diacronismo inextricable, de “una historia relatada como un conjunto de hechos aislados, sin relación unos con otros, una historia de buenos y malos, de tebeo, donde los buenos son los conquistadores y los malos son los moros que se oponen a la civilización y al progreso, explicando muchos de los momentos fundacionales del Estado español a través de la providencia divina” (Manzano, 2016: 11). Este relato maniqueo se basa en “sucesivas invasiones de griegos, fenicios, cartagineses, romanos, godos, visigodos, árabes, reconquista, expulsión de moriscos, repoblación con castellanos y gallegos” (ibíd. 12), “desvalorizando […] las civilizaciones creadas por nuestros antepasados, conocidas por los restos arqueológicos y por los estudios de especialistas, principalmente extranjeros”. A pesar de todo este ocultamiento y mistificación, empero, “la falsedad no se sostiene, la realidad histórica es muy diferente como han demostrado numerosos investigadores” dado que “el Pueblo Andaluz ha existido desde tiempos remotos, ocupando un mismo espacio geográfico en el que se han sucedido civilizaciones, procesos evolutivos que nos han llevado desde la prehistoria hasta Tartessos, Turdetanos, Al-Andalus” (pp. 16-17). Como resultado de ello, (pp. 15-17),
<< La relación entre Andalucía y España, desde hace cinco siglos, se ha basado en la dialéctica de amo y siervo, en el sometimiento del andaluz al castellano, lo que ha configurado toda la historia psico-social de Andalucía hasta el presente, dando como resultado un andaluz inseguro que se piensa inferior y que por lo tanto depende de España para su subsistencia […]. La ideología imperante, el españolismo, tras afirmar que Castilla nos trajo la luz y el progreso liberándonos de la barbarie mora e introduciéndonos en la Europa del progreso y la democracia, nos trata como a un niño desvalido incapaz de valerse por sí mismo y dependiente de su madre España para no volver a caer en un pasado dominado por unos bárbaros invasores. […]
El andaluz no sabe que es andaluz y por tanto no puede reclamar unos derechos basados en la soberanía, puesto que el Estado español es el garante de su seguridad ante los bárbaros moros, es el que le restituyó unos derechos sobre la tierra que había sido usurpada por los moros ya expulsados. El andaluz se cree descendiente de los reconquistadores castellanos y por tanto actúa como represor psíquico de lo que él piensa son vestigios de una época ya pasada donde los enemigos de España dominaron por la fuerza la tierra que hoy ellos ocupan. Por ese motivo un gran sector de andaluces se esfuerza por imitar el acento, la lengua, las costumbres y el modo de vida del colono, al que consideran como perteneciente a una cultura superior, asumiendo los prejuicios con los que la colonización cultural ha estigmatizado al Pueblo Andaluz. >>
Parece que el sentido del tweet de San Sebastián es diáfano, pero otros del mismo hilo se encargan de despejar cualquier ambigüedad. ¿A quiénes se refiere con lo de “islamistas hijos de...” a los que “echamos de aquí una vez”? No hay duda:
<< «Me refiero a los conquistadores islamistas que llegaron a Hispania en el 711 cortando cabezas y sembrando el terror como ahora. Los vencimos»
«A los que quieran imponer su credo brutal. Aquí defendemos la libertad y la igualdad. Y en el 711 fueron ellos los invasores, no lo olvide.» >>
La periodista, colaboradora habitual de medios conservadores como la televisión integrista católica 13TV, la emisora ultraliberal EsRadio, Telemadrid o La 1 (estos dos últimos bajo el control del Partido Popular, gobernante en la Comunidad de Madrid y en el Estado, respectivamente), es hija de un diplomático del franquismo3, régimen resultante, como sabemos, de una sublevación impulsada por la gran burguesía, el grueso del ejército español y de la iglesia, y que fue puesta en marcha en términos de “cruzada” que supone un “jalón” en del “designio de acabar con los nacionalismos de la periferia y de apuntalar, en paralelo, la unidad de España” (Taibo, 2014: 30). Dicha concepción de cruzada alimenta, como antecedente discursivo, uno de los mitos decisivos para la ideología españolista cristalizada en el siglo XIX. Es el relato sin matices englobado bajo el citado término Reconquista, el cual (Ríos Saloma, 2011: respectivamente 333, 324, 325)
<< acepta una interpretación de la historia según la cual España fue invadida por unos extranjeros (infieles) y recuperada por los españoles (cristianos) a lo largo de una guerra continua de ochocientos años, ignorándose así el influjo dejado por la sociedad andalusí y negando, a un tiempo, tanto la fragmentación política que imperó en la Península Ibérica a lo largo de la Edad Media como la diversidad de proyectos políticos de cada una de las monarquías y los propios ritmos del proceso de conquista territorial sobre las tierras de Al-Andalus. […] su empleo para hacer referencia al enfrentamiento entre cristianos y musulmanes en la Península Ibérica debe retrasarse hasta 1796, año de publicación del segundo tomo del Compendio cronológico de la historia de España de José Ortiz y Sanz. […]
La consolidación del término reconquista tuvo lugar en el cuarto de siglo que transcurrió entre 1874 y 1900, en el que la investigación histórica de carácter científico encontró su punto culminante en la Historia general de España coordinada por Cánovas del Castillo. Dicho proyecto, en la práctica, se presentó como la versión de la historia del grupo burgués ligado al poder y depositario del mismo que entendía el devenir histórico español como un proceso ininterrumpido desde la batalla de Covadonga hasta los mismos años de Alfonso XII [… época] entendida y concebida por sus actores y beneficiarios como la Restauración por antonomasia, en la que a un tiempo se reestablecían la monarquía como sistema político, la dinastía reinante, la religión católica, el orden, las leyes y los privilegios y valores de la burguesía. >>
La Reconquista es considerada uno de los episodios más invocados de todo el relato que da lugar a la 'Historia de España', en clave teleológica. De hecho (Murado-López, 2014: 75-76),
<< No sería exagerado considerarlo, de hecho, su eje. La expresión misma de “Reconquista”, y la estructuración del tiempo que implica, transforman por completo la realidad de ese largo período de ochocientos años, minimizando las guerras, frecuentes, entre reinos cristianos y exagerando las relativamente escasas guerras contra los musulmanes. Esa terminología le da al conjunto una unidad de propósito que raramente tuvo y “teledirige” todo el curso de los acontecimientos hacia la conquista de Granada, como si este fuese el final que tenían en mente todos los participantes a lo largo de ocho siglos. La necesidad de simplificar y de dar sentido a ese relato se impone, y todo lo que no ayuda a esa progresión hacia el final esperado se suprime o se deja en un segundo plano, ya sean los retrocesos de las fronteras cristianas o las estrategias que no conducían a la conquista de tierras musulmanas, como la preferencia por tasar las taifas en vez de conquistarlas, etc. La realidad es que la peripecia de los reinos cristianos medievales en la península fue cualquier cosa menos una progresión lineal. […]
Sobre todo, el proceso, lejos de caminar hacia la unidad peninsular, se dirigió hacia una fragmentación cada vez mayor (llegó a haber hasta siete reinos cristianos simultáneamente). Incluso entre la conquista de Córdoba y Sevilla por Fernando III, considerada como el clímax reconquistador, y la desaparición del reino de Granada, pasan todavía dos siglos y medio. […] El concepto de Reconquista encajaba y daba sentido a sus ideas previas [las del historiador decimonónico Modesto Lafuente]: convertía la presencia musulmana en algo provisional y en constante retirada, y desplazaba el foco de la acción hacia los reinos cristianos. El resultado es una “gran narrativa” clásica, de unidad, pérdida, lucha y redención. Unidad (reino visigodo) - Pérdida (conquista musulmana) - Lucha (Reconquista) - Redención (toma de Granada). >>
El preludio mítico a la primera fase de la secuencia tripartita del españolismo supone, en el relato oficial, la presunta unidad visigótica. De hecho, la autora del tweet que da pie al presente análisis publicó hace algunos años una novela histórica que, bajo el título La visigoda, narra, según Wikipedia, cómo “A finales del siglo VIII, Alana, la hija de la jefa de un clan astur y de un caballero visigodo, es requerida por un grupo de soldados del rey asturiano Mauregato para ser ofrecida como parte del tributo de las cien doncellas al emir de Córdoba, Abderramán I”. Téngase en cuenta que el risible argumento no impidió que recibiera el “Premio «Ciudad de Cartagena» de novela histórica de 2007”4 y que su rendimiento comercial le animara a perpetrar una precuela, Astur, como la anterior, “ambientada en la Edad Media y la Reconquista española” y en la que “Naya, una especie de sacerdotisa o druida astur del castro de Coaña da a luz una niña que se llamará Huma y cuyo nacimiento viene acompañado de una profecía. Por su parte en la antigua ciudad visigoda de Recópolis ocupada por los musulmanes de al-Ándalus, el joven godo Ickila es desterrado junto con su familia, lo que provocará su marcha hacia tierras del norte en busca del reino de Asturias, donde su vida se cruzará con la de Huma”5.
Así pues, la pérdida del Edén visigótico en la historiografía y difusión de masas hegemónica se debe a una supuesta 'invasión' musulmana, o incluso 'árabe', según las distintas versiones del mismo relato esencial; fabulación que es satirizada en estos clarificadores términos por González Ferrín (2007: 79, 86):
<< Partamos de la idea comúnmente admitida; el mito fundacional de Al Ándalus: la península Ibérica fue conquistada por los musulmanes en tres años a partir de su fulgurante victoria en la batalla de Guadalete –año 711–, donde murió el rey Rodrigo, último de los monarcas visigodos. Y ahora, contrastemos las ideas anunciadas: en esa época, el islam no estaba lo suficientemente constituido ni dogmática, ni jurídica, ni políticamente como para poder clasificar lo que se produjo en Hispania en la misma categoría de cuanto –con el tiempo– España hará en América, Inglaterra en la India, o –siquiera– Alemania en Polonia, Japón en Manchuria, o Estados unidos en Irak. Porque hace falta un estado –o el apoyo de un estado– para proceder a una invasión sistemática. Las correrías y el pillaje no son invasiones. Por otra parte, Hispania no era un erial despoblado y tampoco lo era el norte de África; y adelantemos que a las legiones romanas les llevó doscientos años lo que las crónicas árabes posteriores adjudican al islam en tres. Sólo un inconveniente nos sale al paso: resulta que no hay documentación de la época. Conclusión aparente: todo es mentira. […]
nos dicen los cronistas –y lo que es más inaudito, si cabe; lo respetan los especialistas– que, por ejemplo, la actual Túnez caería definitivamente en manos de la imparable caballería árabe en el año 701. Desde luego, debían ponerse a correr los musulmanes, porque les quedaban miles de kilómetros, un mar, y sólo diez años para dominarlos. En una década hasta el 711, sólo da tiempo de ir recogiendo al vuelo las llaves de las ciudades por las que pasan y colocando predicadores del islam en cada aldea. Ni hablar de permisos para la tropa. Si no hay tiempo de que aquellas invadidas masas se resistan, menos aún de volver a casa. Que se olvidasen los jinetes árabes para siempre de sus familias. Arabia había quedado despoblada y su población multiplicada en el exterior. No tenían tiempo; ni siquiera para pararse a luchar, o a pensar cuánta gente y años hacen falta para predicar en cada aldea, o para acabar con cada mínima resistencia. Porque no podían retrasarse: tenían una cita ineludible con los historiadores en Guadalete, en 711, donde se asume que cayó Hispania. Y los historiadores no esperan a nadie. >>
Efectivamente (Rodríguez Ramos, 2010: 52),
<< tras la desaparición de Al Ándalus, a los católicos españoles y a los musulmanes no españoles interesó por igual el mito de una conquista extranjera […]. Y unos utilizan esta teoría para justificar la «Reconquista» y otros para explicar la pérdida del paraíso. Pero ni los unos reconquistaron lo que nunca perdieron, ni los otros perdieron lo que nunca conquistaron.
Es cierto que hubo invasiones posteriores: almorávide, almohade, católica... Moros del Sur y eslavos del Norte. Así llamaban los andalusíes a los pueblos que los invadían desde abajo y desde arriba. Porque esas sí fueron conquistas militares llevadas a cabo con la complicidad y la traición de algunas facciones de los conquistados [...]. Invasiones tan veraces como la resistencia que opuso a las mismas el resto de la población andalusí. >>
El historiador José Luis Corral desmiente a través de varias pinceladas, en una entrevista periodística, los clichés de la historia canónica relativos, respectivamente, al inicio y a la culminación de tan larguísimo proceso reconquistador; a saber, Batalla de Covadonga y Reyes Católicos, unificadores de España (Corral, 2017):
<< La batalla de Covadonga no existió, es un invento. […] desde la historiografía españolista, especialmente castellanista, se ha tratado casi exclusivamente desde las fuentes escritas desde el lado cristiano, bastante alejadas en el tiempo pues las primeras referencias escritas son más de un siglo posteriores a la presunta batalla, 130 años después. Y las fuentes escritas musulmanas que tratan este asunto casi nunca han sido consideradas por los historiadores cristianos. […] Las fuentes musulmanas, que ya he dicho que han sido poco consideradas, son muy contundentes en este sentido y ninguna de las 25 escritas cita esta batalla pero también las primeras fuentes cristianas, como La crónica mozárabe escrita veinte años después de la presunta batalla y muy interesada en mostrar que no hubo acercamientos entre cristianos y mulsulmanes y, sin embargo, no cita ni una sola vez la batalla de Covadonga. […] Creo que no hubo nada. Sí es posible que se construya toda la historia, por la corte de cronistas del rey de León Alfonso III. […] Es conocido que Alfonso III tenía muchos problemas para la continuidad de su reino en las fechas cercanas al año 900 y es normal acudir en estas situaciones a los mitos fundacionales, como lo es la Batalla de Covadonga. Todos los reinos tienen mitos fundacionales y en ellos un elemento repetido es una batalla, a veces reales, a veces legendarias, pero que alimentan el mito. […] [Pretendía] dejar sentado que tiene derecho a la reconquista, una palabra que no aparece en esta creación. Le interesa a este rey pero no cuando ocurrió sino a finales del siglo IX cuando León se está convirtiendo en el centro fundamental de los cristianos en la Península Ibérica. […]
Covadonga es uno de los primeros mitos creados, después de la historia de la derrota de Rodrigo en Guadalete, si es que fue allí. Pero tenemos ahí a los Reyes Católicos, que sin ser un invento encontramos que la historia fue como fue y otra cosa es cómo nos la cuentan, con una evidente tendencia a dulcificarla. Lo cuento en otra novela, es mentira que España nació con los Reyes Católicos. Cuando muere Isabel la Católica, no hay una España unida, había una unión dinástica, nada más. […] El problema ya viene de la enseñanza, de la forma de enseñar historia, se hace como si fuera el catecismo, estudian fechas y nombres, pero no buscan el por qué de los hechos. Razonar es contar bien la Historia, crear ciudadanos maduros y críticos pero eso al poder no le interesa. >>
Si la psicología moderna ya había puesto seriamente en tela de juicio la confianza en los documentos históricos, la antropología ha hecho lo mismo con la creencia ciega en la transmisión oral, muy en boga mientras estaban en vigor las tesis románticas según las cuales existía una conciencia colectiva o espírituo del pueblo (“Volkgeist”) que preservaba todo tipo de informaciones a través de los siglos, de generación en generación. Se trata de un recurso considerado crucial para los historiadores porque era lo único que permitía hacerse la ilusión de que un texto tardío sirve de guía donde no hay uno contemporáneo al hecho estudiado; algo que sucede muy a menudo dado que, sin abandonar el episodio, “Entre el año supuesto de la batalla de Covadonga y el primer relato de lo que ocurrió en ella transcurren casi doscientos años”. Sin embargo, no deja de ser una fantasía. “Los progresos en antropología han ido minando la idea de que se puede peservar un relato detallado y fiable del pasado sin el apoyo de la escritura. […] Finley cifró en tres el máximo de generaciones en las que puede transmitirse una narración oral. Henige, estudiando ejemplos de distintas culturas, estableció que la historia política oral no es capaz de preservar información veraz más allá de un siglo” (de nuevo, Murado López, 2014: 30-31).
En el último párrafo reproducido de Ferrín (op. cit.) este autor se hacía eco, desarrollándolas, de las tesis del guipuzcoano Ignacio Olagüe. Manzano (2014), por su parte, pone a este último como ejemplo de investigador que, por encontrarse con el muro de los dogmas oficiales, tuvo que salir de las universidades y de las instituciones, con la dificultad que ello conlleva por carecer de medios y de tiempo, pero que, a cambio de tener que invertir su capital y su tiempo en la investigación histórica, pudo gozar de la libertad que brinda el no tener que esperar que un jefe de departamento le apruebe una beca de investigación. Empero, el célebre historiador, debido al boicot sufrido en el ámbito académico, tendría que autoexiliarse a Francia en los años 70, donde obtuvo el reconocimiento que España le negó, ya que allí fue nombrado miembro de la Academia de la Historia de ese Estado.
Volvamos a Rodríguez Ramos (op. cit.: 62, 23, 26-27, 87), quien reflexiona en torno a esta enajenación histórica de la que es objeto nuestra población, cuyas causas estamos desarrollando:
<< Andalucía vive en ese trastorno neurótico permanente. Lo ha somatizado. Afirmando su españolidad desde el sincretismo civilizatorio que la rechaza. Contiene en sí misma a la víctima y al verdugo. Esa es la eterna contradicción que la vivifica y la condena […].
Aquellos que insultan a otro llamándolo moro o marrano, son los mismos que componen su nombre social con apodos o utilizan el nombre de Allah para exaltar lo sublime en un campo de fútbol o en una plaza de toros. Sin saberlo, por supuesto. [...]
¿A qué se debe esta epidemia de ceguera psicológica?
A dos razones:
Primera, la construcción de una falsa identidad nacional española basada en el rechazo de la diferencia, a partir de la negación de nuestro pasado intercultural y la destrucción de su prueba. Especialmente grave fue y sigue siendo la mutilación del hecho islámico. Una siniestra estrategia de profilaxis social e ideológica, sin equivalente hasta la última guerra civil, alentada desde la Iglesia-Estado […].
Segunda, la increíble justificación de este genocidio humano y cultural sobre dos mentiras que muchos han terminado creyendo como dogmas de fe: la «invasión árabe» de la Península Ibérica y su posterior «Reconquista». La invasión más rápida de la historia de España frente a la conquista más lenta de la historia de la Humanidad. Un catálogo de falsedades que el miedo y la represión inquisitorial elevaron a imperativo categórico hasta convertir la evidencia en invisible. […]
La versión más rancia y tradicional de la identidad españolista se edifica sobre una sarta de embustes asumidos como credos por el subconsciente colectivo. A fuerza de repetidos […]. A fuerza de negar lo evidente. A fuerza de no hacernos preguntas. A fuerza de no responderlas. O de matar a quien lo hacía. >>
Tal enajenación se traduce en conceptos anodinos que se manejan en la actualidad en libros de texto, guías y rótulos turísticos y creencias del sentido común imperante. Así (ibíd.: 66-67 73, 86, 47-48),
<< Manipulan quienes afirman continuamente el origen bereber o árabe de la población musulmana de Al Ándalus. Porque ni España era un solar inhabitado al tiempo de la progresiva inmersión árabo-islámica. Ni las sucesivas generaciones de árabes o bereberes mantuvieron el toponímico en la sangre como si se tratara de un código genético inderogable. Los hijos de mis tíos emigrantes en Madrid o Cataluña se consideran madrileños o catalanes. […] ¿Por qué no aplicar idéntica lógica a las generaciones nacidas durante ocho siglos en Al Ándalus?
Quede claro que fueron minoría los hijos de los invasores árabes o beréberes. Y quede claro que también ellos fueron andaluces de nacimiento. […]
Los andalusíes no eran extranjeros. Nacieron y murieron aquí. Como sus padres. Y los padres de sus padres. […] La operación fue tan simple como perversa: todo aquel que no pudiera acreditar su ascendencia católica, limpia, remota y continuada, sería considerado no español. Porque se decidió que español y católico viejo fueran la misma cosa. Por eso arrancan las procesiones con el himno del Estado. Y por eso el morisco terminó siendo moro. Y el judío, marrano. […]
Eso explica por qué la gente afirma convencida que la Mezquita de Córdoba es árabe. Que la Alhambra de Granada es árabe. Que Averroes era árabe. Que el nombre de su pueblo es árabe. O el azul de sus zócalos, vigas o puertas. Pero a la misma vez afirma que las Cuevas de Altamira son españolas. Y la Dama de Elche. Y Séneca. Y Séneca. Y Don Rodrigo. […]
Cuatro siglos después, sin embargo, el árabe vivo es considerado lengua extraña para los planes oficiales de enseñanza en España y becas en el extranjero. […]
La mayoría confunde lo étnico con lo religioso. Y el más progresista afirma que somos mestizos porque llevamos sangre mora. Y el más reaccionario que los echamos tras ocho siglos de Reconquista. Para unos y otros no eran como nosotros. No eran de aquí. Eran árabes. Y unos y otros no ven porque no saben. […]
Los denominados baños árabes son las mismas termas de la cultura romana que ya existían antes de la supuesta invasión, con sus tres pilones de agua caliente, templada y fría. Y las mismas que continuaron utilizando los habitantes de Al Ándalus de cualquier condición política o religiosa. A menos que ya se comercializara por entonces la máquina del tiempo de Wells, resultaría metafísicamente imposible llamar árabes a esos baños. Mejor, termas andalusíes. […] Hemos asimilado el término árabe para los baños debido a la premeditada equiparación de lo musulmán con lo forastero, unida a la repugnancia por la higiene de los conquistadores católicos. Tanto es así que los destruyeron en su totalidad. Limpios de sangre, pero sucios por fuera. >>
En todo caso, de acuerdo con las coordenadas narrativas del relato españolista, los 'invasores musulmanes' (así como los judíos) fueron expulsados en su totalidad de la Península, de lo que cabe suponer que, según dicha versión, Andalucía quedaría reducida a un solar vacío a reponer de inmediato, como si de la estantería de un supermercado se tratase, con gente traída de los reinos del Norte, lo que pretende inculcar en la población andaluza la idea de una pertenencia castellana (dado que ha sido Castilla la nación tomada como esencia de España en muchos aspectos, particularmente el lingüístico). Entramos con ello en el desenlace de la película españolista que se abría con el planteamiento de la invasión y continuaba con el nudo del interminable proceso reconquistador. Así se cuenta en las Facultades de Historia de las universidades y lo mismo se hace en los libros de texto para escolares. Sin embargo (Lozano, 2015),
<< Las expulsiones fueron en masa, pero la mayor parte de la población autóctona permaneció en su territorio, escondida o asimilando la religión y cultura impuestas por el colonizador. Por tanto no existió la presunta e imposible repoblación castellana de nuestro territorio por la sencilla razón de que en la meseta y norte peninsular la población era mas escasa que en territorio andaluz donde siempre hubo mayor densidad de habitantes. Los movimientos de población fueron escasos y muy concretos. >>
En efecto (Porrah Blanko, 2000: 142-143),
<< “para los demás españoles, el andaluz es el 'moro' y este estigma de la contaminación musulmana dificulta el desarrollo de una conciencia étnica andaluza basada en los valores étnicos tradicionales” (Stallaert 1998: 71)6. Ehte argaího a kondizionao ke'l andaluzihmo ihtóriko –empezao por Blah Infante, “padre'e la patria andaluza”– primero, y er nazionalihmo radiká y el ihlamizante dihpuéh, argan dezarroyao un penzaero antikahtizihta, lo ke no pareze abel-le zentao na bien a la ihtoriografía akadémika ehpañola. Er replanteo orihiná de Blah Infante eh la rebalorizazión de la mehkla de razah u zangreh –argo enrikezeó y kriterio d'orihinaliá éhnika– negando la zuperioriá de lah 'autodenomináh' razah purah y rexazando el ideá krihtianobieho, amáh de interpretà lo ke loh ehpañoleh an benío a yamà “Reconquista” en términoh de konkihta y de prezentà “al actual andaluz no como el descendiente del victorioso conquistador castellano, sino como el hijo del pueblo conquistado”. >>
Sánchez Guerrero (2014), por su parte, profundiza en estas mismas cuestiones a la hora de desmontar las falacias de la 'repoblación' cuando explica que
<< Cuando el españolismo recurre al mito de que “no somos moros”, no solo sigue ejerciendo la ignorancia histórica de sus antepasados, sino que viene a decirnos terminantemente, so excusa de la religión y sintiéndose aún conquistadores, que no somos una nación, que fuimos ocupados por ellos y que nos sustituyeron, siendo los actuales andaluces hoy hijos de castellanos, leoneses, astures, cántabros, catalanes, aragoneses…de todo, menos andaluces.
Estas afirmaciones, que son más propias de un juglar castellano del siglo XV que de historiadores medianamente serios, están desde hace muchos años en un brete. Cada vez más empiezan a salir datos sobre la auténtica expulsión de andaluces rebeldes (moros, mudéjares o moriscos) que no fue total, sino parcial. El españolismo debe saber que la mayoría de moriscos desplazados de sus ciudades y pueblos originarios fueron a parar a otras zonas de Andalucía, y muchos de los que salieron de ella, se volvían secretamente. A eso se une que los supuestos repobladores, tal como están a día de hoy las tablas de repoblación conocidas, no venían en masa de fuera de Andalucía, sino que eran precisamente de aquí. Eran cristianos, pero andaluces (de los que vivieron en la Turdetania romanizada y Al Ándalus, y cuyos antepasados llevaban tantos siglos en esta tierra como los de sus hermanos musulmanes). Claro que los andaluces actuales no somos “moros”, sino descendientes de andaluces de toda la vida, donde cristianos, musulmanes y una parte de judíos, que no son razas, sino cosmovisiones, así como otras minorías como los gitanos, han tenido una importancia fundamental. Ante todo somos andaluces. Ahora bien, la guerra que se conoce como de “moros y cristianos” no fue más que una guerra de conquista contra Andalucía, uno de los mayores y si no el primer etnocidio en la época contemporánea de la historia de la humanidad, en duración, muertes y crueldad solo comparables a los mayores etnocidios conocidos del mundo, así como está emparentado con casos como el irlandés, el palestino, el escocés, vasco o catalán...
Este mito [de que los moriscos fueron expulsados] contiene una verdad a medias. Fueron expulsados (y no todos) aquellos andaluces y andaluzas que participaron activamente en las rebeliones, insurrecciones y revoluciones de moriscos, que representaron una mínima parte de la sociedad andaluza, aunque la mayor parte de esta colaborara pero no participara activamente. La mayor parte de estos moriscos “de paz” que permanecieron fueron redistribuidos por territorio andaluz y no se fueron nunca de Andalucía, constituyendo el sustrato más numeroso y básico del andaluz actual, además de, entre otras cosas, constituir el primer proletariado agrícola de Andalucía […] >>
De entrada, como expresa, de nuevo, Manzano (op. cit.), aunque la expulsión de los moriscos se decreta en 1610, hecho al que la historiografía dominante otorga un carácter total, y al que une íntimamente la repoblación castellana o gallega, a la que reviste igualmente de una entidad absoluta, lo cierto es que ambos acontecimientos distaron mucho de ser significativos. Respecto al primero, la salida de moriscos de Andalucía fue mínima, como atestiguan numerosos historiadores. Una prueba del fracaso de esta expulsión es la carta que envía el Conde de Salazar, designado por el rey Felipe III para llevar a cabo las tareas de expulsión, al monarca, tras su fracaso (cit. en ibíd.):
<< «En el Reino de Murcia, [...] con mayor desverguenza se han vuelto cuantos moriscos salieron, por la buena voluntad con que generalmente los reciben todos los naturales y los encubren los justicias, […] se han vuelto los que expelió, y los que se habían ido y los que dejó condenado a galeras acuden de nuevo a quejarse al consejo de toda Andalucía por cartas del Duque de Medina Sidonia, y de otras personas se sabe que faltan por volverse solo los que han muerto en todos los lugares de Castilla la Vieja y la Nueva y la Mancha y Extremadura, particularmente en los de señorío se sabe que vuelven cada día muchos y que las justicias los disimulan; una cosa es cierta, y es que cuanto a que Vuestra Majestad mandó remitir la expulsión a las justicias ordinarias no se sabe que hayan preso ningún morisco ni yo he tenido carta ninguna de ellas; las islas de Mallorca y de Menoría y las Canarias tienen muchos moriscos así de los naturales de las mismas islas como de los que han ido expelidos, en la corona de Aragón se sabe que fuera de los que se han vuelto y pasado de los de Castilla hay con permiso mucha cantidad de ellos y la que con las mismas licencias y con pruebas falsas se han quedado en España son tantos que era cantidad muy considerable para temer los inconvenientes que obligó a Vuestra Majestad a echarlos de sus Reinos». >>
En cuanto al segundo de los eventos del relato españolista en Andalucía, Manzano también cita las observaciones de Bernard Vincent en torno a la supuesta importancia de la 'repoblación':
<< «las gentes del Norte, apenas si acudieron, exceptuando un gran contingente de gallegos de la región de Orense que no pudieron resistir las terribles condiciones en que se efectuó el traslado. La repoblación fue un asunto entre vecinos. Los grupos más numerosos procedían de las actuales provincias de Córdoba y Jaén, venían después de Murcia, Sevilla, Valencia y Ciudad Real, sin olvidar a los hombres procedentes del reino de Granada, que representan del 10 al 15 por 100 del total. De esta situación, fuese necesario dar una mayor elasticidad a los reglamentos y admitir no solo a granadinos, sino también a solteros e incluso a adolescentes hijos de repobladores, a los que se emancipaban urgentemente. Se traicionaba de este modo el ideal, y los responsables de esta operación, desilusionados, observaban cómo ‘ la escoria’ de España invadía el reino de Granada». >>
En consecuencia, es lógico preguntarse si acaso esos repobladores venidos de toda Andalucía, Murcia, Valencia, etc., no son ellos mismos moriscos y, por tanto, hijos de conversos, con ganas de cambiar de vida y de residencia escapando del mundo de miseria al que estaban sometidos. Pero es que, además, y en conexión con la tesis expresada al final del fragmento seleccionado de Sánchez Guerrero (ibíd.) acerca de la composición de los diferentes estratos sociales, se encuentra un dato de alta significación, acerca de la población andaluza un siglo más tarde de la 'expulsión' oficial, aportado por Vergara Varela (ibíd.:50-51):
<< en su fachada principal [de la Iglesia del Salvador de Sevilla], en la esquina de la plaza con la calle Villegas, encontramos una curiosa y rompedora placa, en la que podemos leer:
«El Rey don Jvan, ley 11. El Rey, i toda persona, que topare el Santissimo Sacramento se apee avnque sea en el lodo so pena de 600 mr (maravedíes) de aqvel tiempo, segvn la loable costvmbre de esta civdad o qve pierda la cavalgadvra, y si fvere moro de 14 años arriba qve hinqve las rodillas, ó qve pierda todo lo que llevare vestido, y sea del qve lo acvsare. Se pvso esta loza por la Archicofradía del Santissimo Sacramento, de esta Iglesia Colegial. Año de 1714.»
La ley mencionada en realidad pertenece al año 1387, aunque la fecha tan tardía de su reposición demuestra a la historiografía oficial la pervivencia de lo morisco, incluso de lo musulmán, hasta bien avanzada la época moderna, por lo que se asevera que no es cierto que la expulsión de 1609 hubiera sido el definitivo corte de lo andalusí con lo andaluz. Sevilla disponía de una comunidad morisca muy importante, y más aún desde la conquista de Granada, pues muchos vinieron hasta aquí pensando que la acción de los castellanos sería menos rigurosa y molesta. […] Solían ser gentes de escasos medios económicos, y las labores que más desempeñaban eran la de cargador en el puerto para los hombres y sirviente doméstica para la mujer, aunque también ocupaban casi con impuesta exclusividad dos profesiones muy significativas: la fabricación de buñuelos, algo que los entronca directamente con la también importante comunidad “egipciana” o gitana de Sevilla de la época, y la de jornalero, hecho harto significativo […]. >>
No debe sorprender este hecho, puesto que “A pesar de todas las expulsiones decretadas por la Corona, cientos o miles de familias moriscas se quedaron en tierras granadinas. A partir de 1614 y hasta 1727 este conjunto poblacional pasó prácticamente inadvertido, escapando a cualquier control eclesiástico o civil, y desapareciendo de la documentación como por arte de magia. Se ocultaron casi del todo” (Soria Mesa, cit. en Rodríguez-Iglesias, 2016: 1167).
En el mismo sentido se pronuncia de nuevo Rodríguez Ramos (op. cit.: 63-64, 87-92):
<< Los moriscos peninsulares no eran una minoría. A menos que llamemos moriscos a los inadaptados voluntaria o involuntariamente al asimilismo impuesto por los conquistadores. En realidad, fueron muchos más los hispanomusulmanes que se dispersaron por el interior o que ya habían conseguido mimetizarse en sus distintas versiones. Muchos más. Nadie sabe exactamente cuántos. Qué más da. Eran el pueblo mismo. […]
Las arcas del Estado se malnutrieron con el dinero derivado de la compraventa de estatutos de sangre y, eminentemente, de la confiscación de bienes raíces a la población morisca. […] Se sorprenderían de la cantidad de prohombres que presumen de rancio abolengo castellano o aragonés, siendo hijos de moriscos, adinerados que pudieron pagar con creces el anonimato de su pasado religioso. [...]
La expulsión fracasó. […] Y la prueba más contundente […] fue la persistencia de la barbarie inquisitorial hasta finales del XIX. Si no quedan judíos, ni moros ni gitanos, ¿a quién había que perseguir? […] Había moriscos. Y judíos. Y gitanos. En todas partes. Asimilados o escondidos. […]
Hubo una importante deportación preventiva de moriscos antes y durante la guerra civil [del antiguo reino de Granada] por tierras de Castilla, León y Portugal. A esa le siguió una segunda operación de destierro, lógica tras la derrota. Luego, la definitiva expulsión. Y más tarde, algunos regresaron. […]
En una estimación a la baja se calcula que en 1570 ya se habían marchado 150.000 moriscos del Reino de Granada. En una estimación al alza, apenas 13.000 cristianos okuparon las tierras y los aperos de los moriscos deportados. La desproporción es escalofriante. [...]
Los moriscos se dispersaron por la península como si los dispararan con postas. Tras la primera deportación preventiva de moriscos de paces recién comenzada la guerra, Felipe II diseña un plan de evacuación de los derrotados a las zonas rurales del norte para limpiar Granada. La obsesión filipina era alejarlos como sea de la Andalucía Bética. […]
El plan fracasó con estrépito. Porque ocurrió justo lo contrario de lo que el monarca deseaba. El camino hacia el norte era desolador. […] Salvo rarísimas excepciones, los moriscos no llegaron a los destinos previstos en la cornisa cantábrica, Asturias y Galicia. La mayoría se ubicaron bajo la frontera imaginaria que une Badajoz y Murcia […]. Miles de moriscos arribaron en barco al barrio de Triana. Otros acabaron condenados a galeras en las costas de Cádiz. Incluso se ordenó cazar a moriscos ya expulsados en las costas africanas para paliar el déficit de remeros. Caravanas de emigrados recalaron como esclavos de la nobleza del Valle del Guadalquivir. Antiguos productores de seda, joyeros, terratenientes y otros moriscos acaudalados se infiltraron entre la nobleza granadina pagando una fortuna por sus estatutos de limpieza de sangre. […]
El nacimiento de las morerías rurales y urbanas convierte a la nación morisca por primera vez en minoría. Visible. Potencialmente peligrosa. Sus índices de natalidad eran muy superiores a los de los cristianos viejos. La comunidad crece en las afueras de manera endogámica. Se refuerzan los vínculos de solidaridad. >>
Hasta aquí la exposición, debidamente refutada, de la trilogía invasión-reconquista-repoblación (/expulsión) que late en el tweet eyectado por Isabel San Sebastián cuando se hace eco, con él, de la historia de tebeo inoculada en el imaginario colectivo de la población del Estado desde la más tierna infancia. En la próxima entrega constataremos algunos ejemplos cotidianos de su influencia en el campo mediático y la vida cotidiana de nuestro país, para, a través de posteriores artículos, examinar el supremacismo occidentalocéntrico que también imbuye dicho tweet.
REFERENCIAS
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Manuel Rodríguez Illana