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Categoría de nivel principal o raíz: Noticias
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Publicado: 18-08-2020
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Francisco Campos López
En la madrugada del 10 al 11 de agosto de 1936 un grupo de fascistas sacaron a Blas Infante de una de las prisiones para presos políticos improvisadas por los golpistas en Sevilla, la situada en el entonces Cine Jáuregui, para asesinarlo a las afueras de la ciudad, en el Km. 4 de la antigua carretera de Sevilla a Carmona. Cada año, el regionalismo, el reformismo, la izquierda del régimen, incluso últimamente, en el colmo del cinismo, parte de la derecha, afirman homenajearlo ese día y en ese lugar. Mientras tanto, el andalucismo real, el revolucionario, el de todos aquellos que permanecen en la brega por continuar con su ideal y con su lucha libertadora, sin concesiones, contemporizaciones o tapujos, hace tiempo que lo hacen frente al edificio donde estaba dicho cine. La diferencia simbólica es obvia. Unos homenajean al hombre muerto. Al hombre bueno matado injustamente. Los otros al hombre vivo, y en él a su mensaje y su pelea por la libertad de Andalucía también vivas. Los revolucionarios andaluces no homenajean al muerto, al padre de familia ejemplar, al intelectual sensibilizado con las injusticias, al amigo de los animales, al pacifista conciliador o al político enfrentado a las desigualdades, como en el Km.4, sino a aquel que hasta su último aliento batalló por transmitir la necesidad de liberar a nuestro país y nuestro pueblo de todas sus cadenas, nacionales, económicas, sociales o culturales, como único camino de transformación global y radical de nuestra tierra y nuestra gente, al extremo de que sus últimas palabras pronunciadas fueran exclamar un último “¡viva Andalucía libre!”.
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