Viernes 24 Marzo 2023

La trastienda del “no ni na”: una estrategia de condescendencia

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Perez OrozcoUn caso de difusión mediática de los presupuestos básicos del paradigma oficial en materia lingüística es el de José María Pérez Orozco, lamentablemente fallecido hace año y medio. Aunque justo es reconocer que la forma de expresarse oralmente del que fuera catedrático de instituto difería relativamente del amaneramiento castellanoide de Antonio Narbona y muchos de los representantes del establishment filológico, el profesor y divulgador montellanero, en su aparente defensa del andaluz por la que suele ser identificado popularmente, reproducía de manera sistemática los argumentos de la doctrina negacionista en su calidad de invitado habitual del programa de Canal Sur "La semana más larga", conducido por el humorista nazareno Manu Sánchez. El 2 de marzo de 2011 [1] tuvo lugar una de sus apariciones, en las que su labor divulgativa en torno al tema del andaluz era requerida por el humorista de Dos Hermanas. 
 
Reproduciendo algunos planteamientos de un anacrónico darvinismo lingüístico, el profesor comienza halagando el oído de la audiencia al afirmar que [2]
 
<< hay un terreno, concretamente, que es el terreno del habla, donde los andaluces son auténticos maestros. Maestros absolutamente. ¿Por qué? Porque cada pueblo tiene una habilidad, y esa habilidad viene condicionada por el clima, para empezar. Quiero decir, […] es que el día tiene quince horas. Y entonces hace un tiempo estupendo, casi siempre, y tú estás... Lo que se hace es hablar. >>
 
Se trata de una explicación que resucita alguna de las obsoletas teorías eurocéntricas en torno al lenguaje de los distintos pueblos del mundo esbozadas por pensadores del siglo XVIII, centuria al final de la cual se fecha convencionalmente la construcción histórica e ideológica de la ecuación lengua-nación (que trata de hacerse pasar por hecho natural) lanzada por el romanticismo alemán, con la famosa caracterización de la lengua como el espíritu del pueblo según fue elaborada por Johann Herder; una ideología nacionalista que se ha convertido en la globalmente hegemónica en las políticas estatales de hoy día (Woolard, 2012: 39). No obstante, a dicho siglo, pertenece también (aunque algo anterior) la teoría sobre las vocales del Sur y las consonantes del Norte formulada por John Arbuthnot (Harris, 2002: 37). De acuerdo con este fragmento de la intervención de Pérez Orozco, de manera análoga a la relación entre temperatura y apertura vocal (y bucal) fabulada por Arbuthnot, parece como si en Andalucía el calor y las horas de sol permitieran a la gente abrir la boca más tiempo para ventilarla (frente a la imaginaria cerrazón bucal norteña, al objeto de no dejar entrar el aire frío en el cuerpo), causa que nos habría convertido en un pueblo más apto que otros para la comunicación oral. Arbuthnot, tal como igualmente tuvimos ocasión de verificar supra, influyó en las especulaciones climáticas de Montesquieu, motivo por el cual Bourdieu (2008: 190, 192) acuñó la denominación de efecto Montesquieu para referirse a estas formulaciones pseudocientíficas, una de cuyas variantes a posteriori ejemplifica el enunciado televisivo de Pérez Orozco:
 
<< En efecto, la teoría de los climas es un notable paradigma de la mitología «científica», discurso basado en la creencia (o el prejuicio) que hace un guiño a la ciencia y se caracteriza por la coexistencia de dos principios entremezclados con coherencia: una coherencia expresa, de tinte científico, que se afirma en la multiplicación de los signos externos del cientifismo, y una coherencia oculta, mítica en su base. Ese discurso de doble juego y ambiguo debe su existencia y su eficacia social al hecho de que, en la época de la ciencia, la pulsión inconsciente que lleva a dar una respuesta unitaria y total a un problema social importante, a la manera del mito o de la religión, sólo puede satisfacerse tomando los modos de pensamiento o de expresión de la ciencia misma. […] Tras el dispositivo científico emerge por todas partes el pedestal mítico. >>
 
Por otra parte, la explicación del montellanero en "La semana más larga" introduce un primer elemento condescendiente por parte del paradigma académico castellanocéntrico dominante en relación con la consideración del andaluz, puesto que, como ya hemos examinado en varias ocasiones, el nacionalismo español es especialista en establecer atributos peyorativos en relación con las culturas de las diferentes naciones oprimidas por el Estado, los cuales solo quedan redimidos en función de sus respectivas adhesiones a la entidad estatal, de tal manera que cuando se cumple este último requisito “los andaluces además de vagos son”, al menos, “alegres y parlanchines. Pero estas calificaciones son siempre secundarias y condicionales, añadidas a las primarias según y como agrademos y sirvamos al ser superior”, obviamente España (Gil de San Vicente, 2015: 3). Esa cara negativa asociada a la pereza, que en el discurso de otros académicos era más transparente (mediante alusiones a la “extrema relajación articulatoria” [3]), adoptará en las apariciones mediáticas de Pérez Orozco un perfil más amable, en términos de una creativa 'economización' de sonidos y palabras, lo que le confiere atributos más positivos a la forma de concebir la manera de hablar de las personas andaluzas, aunque en el fondo persista la concepción mítica subyacente de la medida y subordinación de las lenguas orales como el andaluz respecto a la comparación con un determinado estándar, en este caso el castellano o, según la preferencia denominativa de Pérez Orozco, “español”, al que queda subsumido en virtud de criterios más ideológicos que científicos. 
 
Veamos el modo en que expresa sus tesis. Ironizaba el escritor uruguayo Eduardo Galeano en un poema titulado “Los nadies”, perteneciente a su obra El libro de los abrazos, señalando que de acuerdo con el discurso colonial “los nadies” o “los ninguneados” igual que, por ejemplo, “no profesan religiones, sino supersticiones”, “no hacen arte, sino artesanía” y “no practican cultura, sino folklore”, también tienen la desventaja de “Que no hablan idiomas, sino dialectos” (Galeano, 2000: 52). Para Pérez Orozco, al andaluz ni siquiera le corresponde esa secundaria etiqueta:
 
<< El andaluz no es un idioma, de ninguna manera. Es una variedad del español, pero es que es una variedad del español tan curiosa... Porque es que no se le puede llamar ni dialecto, porque un dialecto es: el dialecto extremeño, otro dialecto es el dialecto murciano... Pero esto no es un dialecto; esto es un conjunto de hablas. Aquí, en una provincia se habla de una manera y en otra provincia se habla de otra. Hay un fondo común que todos entendemos...  >>
 
Continuamos así con un discurso condescendiente que exalta la condición de “variedad del español tan curiosa” de algo que no llega ni al ya de por sí inferiorizado rango de dialecto. Para curiosa, la afirmación de que al andaluz “no se le puede llamar ni dialecto” en boca de un filólogo que presume de tener entre sus maestros intelectuales a Manuel Alvar, quien en una entrevista a El País concedida el 30/IX/1999 [4] opinaba que “«Lo mejor es llamar dialecto al andaluz». Permítasenos una breve digresión porque, eso sí, recordemos que Alvar es la misma persona que definía al andaluz como un “«caos en efervescencia, que no ha logrado establecer la reordenación del sistema roto»” (cit. en Rodríguez-Iglesias, 2016: 21; vid. supra). Y Alvar añadía en la citada entrevista: 
 
<< Hay personas que consideran peyorativa la palabra “dialecto”. Este tipo de opiniones no son, a juicio de Alvar, sino “complejos de inferioridad estúpidos”. Para el filólogo, lo primero es el criterio científico de la lengua. Cualquier otra consideración no le merece respeto. […]
 
Alvar aboga por hablar "la lengua de cultura". "He sido profesor en Pekín, California, Chile y Perú. ¿Si hubiera hablado en dialecto, cree usted que me hubieran llevado a algún sitio? He trabajado en esas universidades porque me entienden, porque hablo en la lengua de cultura", recalca. […] “Federico García Lorca escribía en la lengua culta común a nosotros. Lo que es lógico es que hablara con una entonación granadina", agrega Alvar. >>
 
Por desgracia para Alvar y los suyos, este tipo de vetustas distinciones entre lengua como instrumento inteligible de transmisión cultural y dialecto como nivel inferior no tienen gran cosa que hacer ante las aportaciones de la ciencia del lenguaje actual. Veamos qué determina esta, siguiendo a Moreno Cabrera (2011: 225), en torno a 
 
<< los términos lengua y dialecto. Normalmente suele decirse que el idioma estándar culto es lengua y que las demás variedades lingüísticas vulgares no son otra cosa que dialectos. Se aprovecha aquí la idea popular muy extendida de que los dialectos no son en realidad lenguas, sino una especie de variedades infraindiomáticas incompletas, pobres, deficientes y, por tanto, inútiles para muchos fines. Sin embargo, hay que decir que una de las cosas que la lingüística moderna ha establecido de forma unánime es que la diferencia entre lengua y dialecto es de carácter social y político y no estrictamente lingüístico. >>
 
En nuestro programa de Canal Sur, a continuación, Manu Sánchez le pregunta a Pérez Orozco por las “diez vocales” del andaluz de Córdoba, a lo que el colaborador responde:
 
<< Diez vocales. En efecto, en efecto. Que es lo que te estaba diciendo de que el andaluz no se puede considerar un dialecto, sino una realidad mucho más maravillosa, que es un conjunto de hablas en perenne ebullición. Aquí se están haciendo experimentos lingüísticos continuamente. Por ejemplo… >>
 
La línea condescendiente del montellanero prosigue compensando el despojo de los galones del grado de rango lingüístico hacia el andaluz describiéndolo como “una realidad mucho más maravillosa”. Dicha condescendencia será reforzada cuando, de inmediato, el presentador del programa le interrumpe para afirmar haberle escuchado que “están todos los lingüistas de Europa totalmente alucinados con lo que pasa aquí en Andalucía”. Pérez Orozco prosigue con la metáfora del puchero bullente:
 
<< Todos los grandes lingüistas de Europa se fijan en que Andalucía es el mayor laboratorio en ebullición lingüística que existe en Europa, porque hay una cosa aquí, otra cosa allí... Por ejemplo, lo que decía antes de las vocales. Resulta que por... bueno, no solo los de Córdoba, los del norte de Córdoba, sino los de Almería o muchos de Granada […]. Y es que tienen dos vocales. […] Una vocal abierta y otra vocal cerrada. Y entonces resulta que tienen diez vocales, en vez de cinco. De cada una de las cinco, una es abierta. ¿Y para qué usan la vocal abierta? Para hacer el plural, en vez de ponerle una /s/ o una aspiración. [...] Pero eso es uno de los detalles, porque es que esto está, insisto, en ebullición. >>
 
Como se ve, cuando se nos ofrece esta abstrusa metáfora del “conjunto de hablas”, debido a su supuestamente acusada heterogeneidad (“una cosa aquí, otra cosa allí”, “Aquí, en una provincia se habla de una manera y en otra provincia se habla de otra”), y “en perenne ebullición”, para más inri, estamos ante el divide et impera del concepto de 'hablas andaluzas' acuñado por el negacionismo filológico andaloespañol en los últimos tiempos, que analizaba supra Porrah Blanko (2000: 155-157), y que no es sino la adaptación a Andalucía de la estrategia ideológica general del españolismo lingüístico de difundir la idea de que “Las demás lenguas”, o variedades, si se quiere, “están menos unificadas y están más dialectalizadas que el castellano” (Moreno Cabrera, 2010: 17). El propio Pérez Orozco explicaría en una conferencia universitaria [5] que esa concepción divisionista en el terreno de la lengua le inspiró el nombre de una serie divulgativa que realizó durante la primera época de Canal Sur pluralizando el nombre de nuestro país al titularlo Las Andalucías, “Porque no hay una sola Andalucía. […] La imagen cultural de Andalucía no es un terreno sólido. Es como si fuera... La imagen es un archipiélago cultural. Son muchas islas las que componen Andalucía. Todas tienen en común lo más importante, el mar. Pero cada una tiene sus variedades”. De este modo fue el encargado de traducir al mensaje de la pequeña pantalla 'autonómica' el leitmotiv ideológico de la política cultural del PSOE (del que era líder estatal “su buen amigo Felipe González”; Diariodesevilla.es, 14/III/2016 [6]), implantada nada más obtener ese partido el control de la Junta de Andalucía. Pérez Orozco ya había trabajado con su hermano, Alfonso Eduardo, periodista, cuando dirigió la Bienal de Flamenco de 1986 (misma fuente).
 
Para desmentir los postulados del troceamiento ontológico del andaluz recurriremos a los comentarios que, respecto a un texto de Narbona Jiménez (2009), realizaba en su conferencia sobre “Lo que dicen del andaluz” el mencionado Moreno Cabrera (2012), quien pone en cuarentena las concepciones de tal paradigma al tiempo que advierte de que esa presuntamente increíble heterogeneidad “en ebullición” (“efervescencia”, siguiendo la literalidad de la expresión orginal de Manuel Alvar, a la que se referirá Pérez Orozco) tampoco tiene por qué ser merecedora de un capítulo de Expediente X. Leamos la transcripción de algunos momentos de su exposición oral [7]: 
 
<< Y aquí hay una serie de observaciones que también resultan curiosas. Dice: “Tan ingente producción bibliográfica ha puesto de manifiesto la extraordinaria heterogeneidad interna del andaluz”. Todas las lenguas tienen un cierto grado de heterogeneidad. Todas: el castellano, el andaluz... todas. ¿Qué es más o menos heterogeneidad? Bueno, “es extraordinaria”. No. El andaluz es un habla, o como lo queramos llamar, normal. Aquí no viene gente de América a estudiar andaluz porque resulta que es una cosa extraordinaria. “Es un tipo de lengua que jamás había visto, con unas...”. No; es una lengua normal y corriente, en la que operan una serie de procesos normales y corrientes en la evolución de las lenguas. Es que “extraordinaria heterogeneidad interna...”. Es una heterogeneidad que es consustancial a las poblaciones de competencias lingüísticas. Dice: “si es poco lo que comparten todos los andaluces y no está claro qué es lo que les separa de otras modalidades del español, no cabe esperar que resulte fácil perfilar la identidad lingüística andaluza”. Luego aquí dice otra cosa que es: “la identidad lingüística andaluza es fundamentalmente fonética”. No, no; luego hay una serie de citas aquí que rebaten eso. Pero fijaos lo que dice otra vez Manuel Alvar. Dice: “Que un rasgo del andaluz como la aspiración de la /s/ se da en Salamanca, en Ávila o en Toledo; que la neutralización de la /r/ aparezca en Puerto Rico o que haya abertura de vocal en algunos sitios del español rioplatense, no creo que quiten fisonomía al andaluz”. Esto lo dice Alvar. […] >>
 
¿Y qué decir respecto a la afirmación de Pérez Orozco en el sentido de que el andaluz “no es un idioma, de ninguna manera”, porque “es una variedad del español”? En tal caso “partimos de la idea de que el español es una lengua homogénea” y, sin embargo (Moreno Cabrera, ibíd. [8]),
 
<< el español no existe. No existe el inglés ni nada de esto. Yo digo que son un conjunto de competencias lingüísticas. [...] Claro, si yo digo “el andaluz es una variedad del español”, lo que no puedo es decir esto porque si yo tengo un rebaño de ovejas, cada una es una variedad. Entonces elijo una parte de las ovejas y la otra no. ¿Ese pequeño rebaño de ovejas es una variedad del rebaño anterior? O sea: la lengua se compone de variedades y nada más. No hay más. Es que esa es la cuestión. Es que pensamos que existen variedades y que hay un sustrato común. Ese sustrato común no existe como lengua natural, existe como lengua cultivada. O sea, el español o el inglés como una única lengua existe solo en la escritura; nada más. [...]
 
Bueno, ¿qué es eso de que el andaluz es un dialecto del español, de la lengua castellana? Bueno, fijaos que históricamente podía ser así, porque los hablantes andaluces históricamente es posible decir que venga del castellano. Históricamente. Pero ¿eso de que es un dialecto qué significa? Pues significa, si cogemos el español como un conjunto de variedades, pues lo mismo que estamos diciendo: una variedad entre un conjunto de variedades. Pero no un dialecto-de, no como una variedad-de. […] Es decir: eso de dialecto-de no tiene sentido. >>
 
Los siguientes fragmentos de la conferencia son claros en lo que respecta a la especificidad del andaluz respecto al castellano:
 
<< Es interesante lo que dice [Manuel] Alvar, porque voy a utilizar a Alvar para contradecir a otros autores más recientes. […] El andaluz no es un dialecto del español. Lo dice Alvar; no lo digo yo. Lo está diciendo Alvar: “por tanto, decir que el andaluz no difiere sustancialmente del español es erróneo”, dice el propio Alvar. [...] Esta cita la pongo porque están saliendo unos libros donde niegan esto; [dicen] que no hay ninguna diferencia entre el español y el andaluz. Entonces, lo dice Alvar, que está reputado por los mismos que dicen que el andaluz no presenta diferencias sustanciales. Son discípulos de Alvar. Entonces, estoy observando en el discurso de este momento una serie de contradicciones que me llenan de estupor, porque  dice: “Para mí el andaluz está suficientemente diferenciado”. Esto lo dice Alvar, no lo digo yo. Lo dice Alvar, considerado reputado como un gran especialista en andaluz. En este librito dice Alvar una cosa muy curiosa. Vuelve a insistir en lo mismo: “El andaluz está desgajado de la lengua común porque todas las amarras que formaban la unidad han ido saltando violentamente rotas”. Aquí lo que quiere decir […] todo esto, en realidad, está haciendo referencia a las leyes normales del cambio lingüístico, porque si observamos los fenómenos que se dan en el andaluz (las aspiraciones, los diversos fenómenos que se dan en él...) vemos que esos mismos fenómenos se han dado a lo largo de la historia en muchísimas otras familias lingüísticas, muchísimas lenguas, y son fenómenos normales y corrientes. Nada de “violentamente roto”. Aquí no hay nada violentamente roto. El cambio lingüístico es normal, porque es que las lenguas funcionan así; qué le vamos a hacer. […] >>
 
Al efecto de ilustrar lo "suficientemente diferenciado" que, de hecho, está el andaluz, recurriremos a un ejemplo cinematográfico: la productora del filme Caín, de 1987 [9], pretendía doblar a a las actrices y actores amateur naturales de una localidad andaluza, porque no se les entendía en el resto del Estado. Ante la negativa de su director, Manuel Iborra, a que se efectuara ese doblaje, finalmente la productora optó por no distribuirla. "Los protagonistas son los alumnos de un colegio de Chiclana en el que transcurre una acción trepidante centrada en el mundo de la infancia y la adolescencia con un trasfondo social, sin dramatizar, pero de acentos neorrealistas" (El País, 15/X/1987 [10]). 
 
A continuación, Moreno Cabrera somete a discusión la negación de Alvar respecto al estatus de lengua del andaluz (“El andaluz no es un idioma, de ninguna manera. Es una variedad del español”, que decía Pérez Orozco en Canal Sur); un aserto sorprendente, después de haber afirmado sin ambages la diferencia sustancial entre andaluz y castellano, que se debe a la inefable (o, en todo caso, explicable en virtud de condicionantes ideológicos) confusión entre lengua oral y lengua escrita, entre lengua natural y lengua estandarizada. Prosigamos con su conferencia (Moreno Cabrera, ibíd.):  
 
<< “Claro que en seguida se puede argüir: ¿Es una lengua el andaluz?”, dice Alvar. “La respuesta sería rotunda: no”. Pero las razones que da no tienen nada que ver con la lengua natural, sino que tienen que ver con la lengua cultivada. “Porque le falta el grado más leve de igualación, uniformación o nivelación...”. Pero está hablando de lengua cultivada, no de lengua natural. Las lenguas naturales son por definición variables y heterogéneas. “Es un caos en efervescencia...”: todas las lenguas, desde el punto de vista de la lengua natural, son un caos en efervescencia. Es un conjunto caótico, ya lo dijimos, en sentido científico, de competencias lingüísticas. “...Que no ha logrado establecer la reordenación del sistema roto”: aquí no hay ningún sistema roto. Puede estar roto para los lingüistas. Para los lingüistas sí, porque no les cuadran las descripciones. Pero eso es un problema de los lingüistas; no tiene nada que ver con las lenguas. […] No hay sistemas que se rompan; es que las lenguas son así. No hay ninguna lengua que sea un sistema totalmente coherente y cerrado. Las lenguas son sistemas abiertos, cambiables y heterogéneos. ¡Todas! Me estoy refiriendo a las naturales. Las cultivadas, no. Las cultivadas es otra cosa; entonces lo que no podemos utilizar es argumentos de las cultivadas para las naturales, máxime cuando la natural es anterior a la cultivada. Totalmente anterior. >>
 
En el mismo sentido se pronuncia Rodríguez-Iglesias (op. cit.:: 21), quien denuncia el supremacismo españolista (en realidad, castellanista, si dejamos de lado por un momento el componente político y reducimos la cuestión al punto de vista más estrictamente lingüístico) subyacente al “caos en efervescencia o no me sean catetos” de Manuel Alvar [11]; una metáfora que constituye la fuente inequívoca, debidamente tuneada, eso sí, de la que bebe la descripción televisiva del andaluz por parte de Pérez Orozco como algo “en perenne ebullición”, la cual, como hacía Alvar (“efervescencia”, en palabras de este último), no hace sino negar entidad lingüística propia al andaluz:
 
<< Es conocido entre aquellos que se han acercado al conocimiento de la producción lingüística hecha en España cómo Manuel Alvar riza el rizo. ¿Es posible el lenguaje en grupos sociales (de individuos sin patologías lingüísticas orgánicas y/o funcionales) sin que se manifieste como lengua, sino como cuasilenguas, restos de lengua, etc.? Por lo que sabemos, no. Sin embargo, es lo que sostiene una y otra vez Alvar en lo que respecta al andaluz. ¿Pero cómo sostener, pues, que el andaluz “es un caos en efervescencia, que no ha logrado establecer la reordenación del sistema roto” (Alvar, 1976: 31)? No voy a culpar al estructuralismo de esto, porque, con el estructuralismo en la mano, no puede sostenerse tal cosa y cuando se ha sostenido algo remotamente parecido es cuando se ha visto con claridad por donde hace aguas una manera de pensar el lenguaje que es producto de su tiempo y de sus limitaciones. 
 
Si atendemos a nuestra interpretación de cómo se produce la discriminación lingüística, está claro que Alvar sitúa su lugar simbólico de enunciación en un punto cero castellano norteñocéntrico, su punto cero, para negar la igualdad lingüística y, por tanto, ontológica del andaluz y los andaluces. Tanto como para que éstos no puedan ni siquiera contarse las noticias del modo en que están en el mundo lingüísticamente […]. >>
 
Seguimos avanzando en nuestra glosa de la intervención de Pérez Orozco en La semana más larga. Manu Sánchez le pide que explique lo que llama “la triple negativa”; fenómeno, si nos atenemos al tratamiento que le otorga el profesor, digno de ser analizado en los programas de Iker Jiménez o Miguel Blanco:
 
<< Resulta que cuando tú le preguntas a un amigo tuyo, por ejemplo, «Antonio, ¿este año vas a ir al Rocío?», y dice: «No ni na». Y si tú te fijas bien, esa frase son tres negaciones: «No-ni-na». Y es la mayor afirmación que hay en el andaluz. Cuando una persona te dice «No ni na», no te quepa duda de que es que sí. Pero es que, además, con el agravante de que es una figura literaria de primera categoría. Es decir: son tres sílabas, que son tres frases. Cuando tú dices «no ni na», estás diciendo: la primera, «no voy a dejar de ir al Rocío»; «ni aunque llueva, truene o ventee»; «na me va a impedir que vaya». Todo eso resumido en tres sílabas. Pero es que las tres sílabas empiezan por la misma letra: «no», «ni», «na». Y además, encima, eso se llama una anáfora, le dicen los técnicos, ¿eh? Pero bamoh, pa nohotroh eh una birgería. Y luego, encima, la puñetera anáfora resulta que empieza por una /o/, que es una vocal cerrada, una /i/, que es una vocal abierta, y un «na», que es la vocal más abierta del andaluz. Es una joya literaria. Así de sencillo, y la empleamos como si fuera cosa de barrer, porque nosotros no le damos importancia, pero la tiene. >>
 
En realidad, el fenómeno descrito no es una anáfora, figura retórica que consiste en la reiteración de la misma palabra al principio de varios versos o enunciados (dado que se trata de un solo enunciado con tres elementos, que se convierten en palabras si lo ponemos por escrito). Se trata, en todo caso, de una aliteración o repetición de sonidos (aquí, del fonema /n/); también, ya puestos, podría añadirse que el enunciado encierra una paronomasia, por el parecido fonético de los tres elementos semánticos o palabras en función de la consonante común. Por otra parte, la interpretación que aporta Pérez Orozco en torno a una supuesta abertura vocálica paulatina en la frase es a todas luces falsa, dado que, contra lo que afirma, la /o/, primera de las vocales en aparecer, ya es una vocal abierta (no cerrada) y la /i/, también frente a lo enunciado por el profesor, es cerrada (no abierta), de lo que se deduce indefectiblemente que una línea temporal en la que hay en medio una vocal cerrada frente a inicial y final abiertas nunca puede constituir esa supuesta progresión apoteósica hacia la máxima abertura que es pregonada con pompa y circunstancia por el filólogo de cabecera de Canal Sur. 
 
Independientemente de todos estos errores, cuando dice “Pero bamoh, pa nohotroh eh una birgería” (una vez más transcribimos estas partes en andaluz con el sistema de Porrah Blanko, 2009), es decir, cuando introduce un comentario jocoso, está reproduciendo la dinámica de privilegio lingüístico (concepto de Rodríguez-Iglesias, 2016: 29) que establece una especie de división lingüística del trabajo, merced a la cual el andaluz es relegado al chiste y la llamada coloquialidad mientras el castellano estándar es erigido en vehículo exclusivo para los contenidos y situaciones etiquetados como socialmente 'importantes'. Es lo que hace al subrayar su andaluz con un heheo en el pronombre personal (“nohotroh”; empleo de aspiración /h/ en la sílaba intermedia, en lugar de /s/), a lo que presentador y público reaccionan prorrumpiendo en una sonora carcajada y aplausos. En contraste con este momento, cuando dice “del andaluz. Es una joya literaria”, su forma de imprimirle seriedad al aserto es, junto con el pertinente cambio prosódico (línea melódica y volumen), una dicción en riguroso castellano estándar marcando la /z/ final en la palabra “andaluz”, pronunciando la /s/ al final de sílaba en la palabra “es” y desechando la habitual aspiración con que se realiza la letra <j> en amplias zonas de Andalucía al principio del vocablo “joya” (/hoya/ hubiera sido lo normal) por una /j/ como la pronunciada fuera de la mayor parte del territorio andaluz. 
 
El componente semántico de la hipotética “virguería” es pretendidamente demostrado por mor de una prestidigitación en la que Pérez Orozco articula para cada uno de los elementos/palabras una respectiva oración extraída de su propia cosecha, tras lo cual induce en la audiencia un sentimiento de alivio y autorregocijo por descubrir, de manos de un representante de la autoridad competente en materia de lenguas (“los técnicos, ¿eh?”), que no solo no habla tan mal como se le ha estado dando a entender toda la vida desde la radio, la televisión y la escuela, sino que incluso parece ser capaz de los mayores prodigios comunicativos empleando los mínimos recursos sin haber sido nunca consciente de tales virtudes. Sin embargo, la realidad es bastante más prosaica que todo este relato. 
 
Empecemos aclarando que el mecanismo central de responder “no ni na” a una pregunta no es otro que el simple uso de la ironía, otra figura retórica por la que se dice literalmente lo contrario de lo que se quiere significar en realidad, o sea, decir “no” cuando la persona hablante quiere transmitir que será “sí” con seguridad. Esto se hace diaria y constantemente en todas las lenguas, sean naturales o escritas, por lo que el andaluz, nuevamente y contra las atribuciones estotéricas, no constituye ningún fenómeno único en el mundo de las hablas, variedades o lenguas del mundo. Lo demás no son sino añadidos redundantes a la ironía base para enfatizarla: el tercer elemento es “na” (“nada”, en castellano estándar), pronombre (por sustituir a sustantivos) indefinido (de identificación vaga o poco concreta) que, como sabemos, significa 'ninguna cosa', mientras que el segundo o central, “ni”, pertenece a la categoría de las conjunciones (elementos de unión) copulativas (que enlazan partes que van en el mismo sentido), encargada aquí de unir dos componentes negativos, “no” con “na”. Es decir, frente a la fábula de la economización condensadora andaluza subyacente a la tradición filológica español(ist)a (reverso amable de su lado oscuro de la fuerza, el de la pereza verbal, del que nos ocupamos en otra ocasión [12]), el ejemplo traído a colación por el invitado al programa de Manu Sánchez representa un ejemplo que ilustra, precisamente, lo contrario: la redundancia o repetición de elementos léxicos que en sentido estricto coinciden parcial o totalmente en sus significados (lo cual no quiere decir que constituya un error o algo innecesario; Rodríguez Izquierdo, 1985: 125). Si lo que se quiere es simplemente contestar a la pregunta en sentido afirmativo con una ironía, la opción más 'económica' es hacerlo con una sola sílaba: “no”. Añadirle dos sílabas más que inciden en el mismo sentido literal negativo es justamente lo 'antieconómico' (por seguir enredados en las mismas caracterizaciones académicas); es por ello por lo que el propio Pérez Orozco habla de “tres negaciones” cuando hubiera bastado con una sola. Es en la declaración de que “son tres sílabas, que son tres frases”, con el desarrollo posterior de esas tres hipotéticas frases por parte del filólogo, donde reside la trampa lógica, a partir de una invención retórica; ingeniosa y simpática, pero nada más. 
 
Naturalmente, el mencionado relato de la 'economización' como rasgo inherente a nuestra lengua oral, que no se extrapola (desde luego, no en ámbitos académicos) a otras lenguas romances donde se dan fenómenos fonéticos similares (la ausencia de fonema /r/ al final de infinitivos en el catalán, la inexistencia de una consonante final en sustantivos abstractos italianos cuyos equivalentes en castellano terminan en -ad, todo tipo de contracciones en multitud de lenguas; Al Malah, 2016) no tiene el menor inconveniente en reducir a meras excepciones a su paradigma la redundancia contenida en estos enunciados: “unah kuantah zemanah”, “dehkambià”, “arrempuhà”, “yo te digo a ti ke...”, “koho i boi yo i le digo”, “el iho de mi madre”, “mira tú”, “anda ya por aí”, “yo, pa mí ke...” [13] (Rodríguez Izquierdo, op. cit.). Por supuesto, esto no impide que en ocasiones el ancho de la puerta de la redundancia se amplíe para que pasen como ejemplos de ella formas que en castellano normativo no serían catalogadas como tales. Así, de acuerdo con este doble rasero, el sintagma “de nozotroh” será considerado ejemplo “de redundancia” andaluza frente al “nuestro” del castellano estándar (ibíd.: 127) mientras los libros de texto de lengua recomiendan a las/os escolares que no incurran en el considerado vulgarismo andaluz de decir “al lao nuehtra” frente a “al lado de nosotras/os”, opción esta última que no se considera oficialmente redundante frente a su paralela sino, simplemente, la forma 'correcta', aunque, a diferencia del caso precedente, sea una fórmula ligeramente más larga. 
 
Lo que nos interesa remarcar aquí, más allá de las acostumbradas incoherencias del discurso filológico andaloespañol, son las implicaciones de la posición del emisor en relación con quienes reciben su mensaje. Al aparecer como la autoridad académica, cuyo dominio de la técnica (mención a anáforas, aparente conocimiento de las vocales abiertas y cerradas) y la lengua formal o elevada (“es una joya literaria”) es reconocido de forma indiscutida, pero que por un momento adopta la expresión del grupo inferiorizado en la jerarquía social (“no ni na”, “pero bamoh, pa nohotroh eh una birgería”), esto es, las andaluzas/ces de segmentos populares, conscientes de toda la constelación de atributos estigmatizantes a ella asociados, la intervención del invitado de La semana más larga representa un claro ejemplo de aquello a lo que Bordieu (op. cit.: 51-52) se refiere como las estrategias de condescendencia, que
 
<< consiste en sacar beneficio de la relación de fuerzas objetiva entre las lenguas en conflicto […] en el acto mismo de negar simbólicamente esa relación, es decir, la jerarquía entre esas lenguas y sus hablantes. Esta estrategia es posible en todos los casos donde la variación objetiva entre las personas presentes (es decir, entre sus propiedades sociales) es suficientemente conocida y reconocida por todos (y muy especialmente por los implicados, ya sea como agentes o como espectadores, en la interacción) para que la negación simbólica de la jerarquía (la que consiste por ejemplo en mostrarse «sencillo») permita acumular los beneficios ligados a ella y los que procura la negación simplemente simbólica de esa jerarquía que implica el reconocimiento acordado a la forma de usar la relación jerárquica. […] las estrategias de subversión de las jerarquías objetivas en materia de lengua, como en materia de cultura, tienen muchas posibilidades de ser también estrategias de condescendencia reservadas a los que ocupan una posición segura en las jerarquías objetivas para poder negarlas sin exponerse a parecer que las ignoran, o ser capaces de satisfacer sus exigencias. >>
 
Otro caso conocido de condescendencia castellanocéntrica hacia el andaluz nos la ofrecía hace algunas décadas un famoso escritor, de acuerdo con la siguiente cobertura informativa de El País (14/V/1985 [14]): 
 
<< Gonzalo Torrente Ballester declaró el pasado viernes en Bilbao, durante una conferencia, que "los andaluces son los que mejor hablan el castellano, con independencia de su pronunciación". Para el escritor gallego, afincado en Salamanca, "Ia riqueza léxica y sintáctica de los andaluces es extraordinaria", sobre todo en las clases populares. "Cuando voy a Andalucía y caigo al lado de un grupo que está hablando me quedo turulato. En Andalucía están vivas una serie de palabras y de expresiones que han muerto en el resto de España. Es el suyo el arte de burlarse de la gramática para que la frase sea más expresiva". >>
 
Obsérvese que el rasgo a priori positivo de ser quienes “mejor hablan el castellano” se produce “con independencia de”, lo que sugiere 'a pesar de', “su pronunciación” (la sempiterna “extrema relajación articulatoria” de Andalucía [15]), lo que siembra la duda sobre si en este aspecto concreto de la lengua las/os andaluzas/ces flaqueamos. Nuevamente se difunde la idea de la “riqueza léxica y sintáctica” que “es extraordinaria”. Obsérvese la conexión descriptiva de Torrente Ballester con Pérez Orozco (“el mayor laboratorio en ebullición lingüística que existe en Europa, porque hay una cosa aquí, otra cosa allí... ”, “en perenne ebullición”). De lo que, como siempre, no se permite albergar la más mínima duda es que el andaluz hay que concebirlo y analizarlo siempre con respecto a un eje externo (el llamado “español”, elaboración culta del castellano vulgar), ya que, por encima del estudio intrínseco de sus características lingüísticas, se trata de ver sus rasgos siempre con las lentes del castellano estándar, respecto al que se están comparando constantemente. De este modo, no es que el andaluz, en sus diferentes variantes, pueda tener una gramática específica que merezca la pena estudiar en sí misma, sino que se compara con la del estándar vigente, creación artificial y tardía como toda lengua escrita, para luego afirmar sin rubor que aquí se practica “el arte de burlarse de la gramática”, lo cual es tanto como dar a entender que no la tenemos. Una vez más parece que según esta visión colonial puede existir la comunicación verbal “en grupos sociales (de individuos sin patologías lingüísticas orgánicas y/o funcionales) sin que se manifieste como lengua, sino como cuasilenguas, restos de lengua, etc.” (Rodríguez-Iglesias, op. cit.: 21; vid. supra), en este caso sin gramática. En este sentido, en otro lugar analizamos una pieza informativa que Canal Sur utilizó para desprestigiar la traducción de Le Petit Prince al andaluz de la Algarbía, en la que “la Nuestra” seleccionó a tres estudiantes universitarios preguntándoles por su opinión, uno de los cuales contestaba que “El andaluz no es un sistema, no es un lenguaje que tenga unas reglas gramaticales definidas, por lo tanto eso es una traducción a algo que no es un lenguaje” [16]. 
 
La dicotomía entre los papeles de bwana y 'pintoresco individuo primitivo' que nutre la mirada castellanocéntrica hegemónica en torno al andaluz, la cual explica tanto las limitaciones teóricas y metodológicas en los estudios de gente como Manuel Alvar (Rodríguez Iglesias, ibíd.) como las afirmaciones de Torrente Ballester, queda ilustrada a la perfección con la forma de narrar la siguiente anécdota, en la cual aparece el rol del aventurero colonial que desde una posición de superioridad condiciona los resultados de su observación a partir de la reproducción permanente de los estereotipos previos, incluso cayendo en la dinámica del mono de feria (Rodríguez Izquierdo, op. cit.: 126):
 
<< He oído contar de un viajero que visitó Andalucía y, queriendo comprobar el carácter exagerado de los andaluces, ofreció a un chiquillo un duro si era capaz de decirle una gran mentira inmediatamente, sin pensarla. Se dice que el niño le contestó enseguida:
 
–Vengan esos dos duros. 
 
Con lo cual dio al viajero una respuesta hiperbólica y además conceptista, pues no hizo uso de elementos léxicos nuevos, sobre los ya suministrados por el viajero. >>
 
Se perpetúa con todo este modus operandi una especie de orientalismo o fabricación ideológica de un otro (en este caso lo andaluz, que es revestido de primitivismo y exotización) bajo la acción del campo de la sociedad en el que se inserta la cultura, donde la influencia de las ideas, las instituciones y las personas se ejerce, no a través de la dominación física, sino a través de un consenso (Said, 2002: 25) a través del cual los estereotipos “anulan la posibilidad de que un pensador más independiente o más o menos escéptico pueda tener diferentes puntos de vista sobre la materia” (ibíd.: 26-27) y “que sostiene que el conocimiento «verdadero» es fundamentalmente no político (y que, a la inversa, el conocimiento abiertamente político no es verdadero)”, lo cual “no hace más que ocultar las condiciones políticas oscuras y muy bien organizadas que rigen la producción de cualquier conocimiento” (ibíd.: 31). Es este orientalismo sui generis del españolismo lingüístico en torno a Andalucía el que explica, por ejemplo, que Dámaso Alonso, poeta y exdirector de la RAE (de 1968 a 1982 [17]), quien manifestara reconocer la procedencia de las personas andaluzas “Por lo mal que habláis” (según testimonio directo de un testigo presencial), optara por un adjetivo muy revelador a la hora de rematar el título de su obra de 1956 sobre el habla de Puente Genil, Lucena, Estepa, Casariche, La Roda o Alameda: En la Andalucía de la E. Dialectología pintoresca. Manuel Alvar, quien ocupara el mismo cargo que Alonso de 1988 a 1991 [18], valoraba en las postrimerías del milenio los hechos lingüísticos descritos por Alonso en términos que dejan claro que por los representantes de tan rancia institución prescriptiva no pasan los siglos: “Pienso que es un rasgo que manifiesta incultura, que se escucha en mujeres poco instruidas, que no se da entre los viejos y que no ha llegado al habla de los niños: ¡Niñe, a bordé le serviyete! Y la admonición queda entre las mujeres del grupo [...]. ¿Dialectología pintoresca? Sí, porque hablar es más, mucho más, que ejercitar de dómine.” (El País, 14/III/2000 [19]). 
 
En otro texto, el mismo filólogo se refiere a lo que denomina como “la poesía dialectal de nuestras fechas” comentando que “las hablas regionales -frecuentemente envilecidas- aportan una nota de pintoresquismo, de gráfica expresividad o de ambiente local a la obra de un humilde artesano lingüístico o a la creación substancial de un hombre de genio” (Alvar, 2006). Obsérvese la elección del calificativo “envilecidas”, derivado del verbo “envilecer”, el cual, además de “Hacer vil y despreciable algo o a alguien” (en este caso, “las hablas regionales”), denota según el propio diccionario de la RAE (versión online) “Hacer que descienda el valor de una moneda, un producto, una acción de bolsa, etc.”, lo que nos muestra una vez más la operatividad de la concepción de Bourdieu (op. cit..: 49-50; vid. supra) de la comunicación verbal como mercado lingüístico  o intercambio también económico establecido en función de la relación de fuerzas simbólica entre un productor/emisor provisto de cierto capital lingüístico y un receptor/consumidor/mercado, donde la emisión proporciona un beneficio material o simbólico, de acuerdo con una consideración del discurso como signo de riqueza.
 
Después de su profesión de fe de españolismo lingüístico, al afirmar que “en esencia, a oriente, a occidente, al sur, lo que acreditamos es un fondo de autenticidad castellana, que viene a ser lo único que agrupa al salmantino, al extremeño, al andaluz o al murciano” (en contraste con lo limitante y reductor de “las hablas regionales”, concepción típica de esta ideología según la cual las lenguas y variedades ajenas al castellano aíslan y empobrecen a las personas; Moreno Cabrera, 2010: 17-18), Alvar nos ofrece un reflejo transparente de las estrategias de condescendencia que estamos abordando (nuevamente, Bordieu, op. cit.: 51-21; vid. supra) cuando, en su clasismo populista, proyecta sus propias visiones opinando de Manuel Machado que lo que etiqueta como “dialectalismos (toíto, ná, colorá, alante, conosío y no muchos más) de su poesía”, lejos de reducirse a “elementos sustanciales” de ella, representan “algo de esto y muchas cosas más: es la concesión del gran señor al arte del pueblo; cierta consciente condescendencia, pero nunca razón vital de su poesía o compromiso inalienable de su espíritu. Es la postura de tanto señorito andaluz; amigo, confundido, del pueblo, pero... infinitamente lejano del pueblo” (Alvar, ibíd.).  
 
A través de estos análisis, en fin, hemos tratado de evidenciar que el discurso jerarquizante del españolismo lingüístico, en virtud del cual es asignado al andaluz el peor de los papeles a partir de su comparación con el castellano, puede adoptar para consumo doméstico la forma amable de una estrategia de amo indulgente que, aun siendo consciente en todo momento de su superioridad, repite bajo una nueva apariencia los clichés de siempre. De esta manera, el caos en efervescencia se convierte en perenne ebullición, la pereza articulatoria en economía del lenguaje, el burlarse de la gramática (o simplemente no tenerla) en expresividad o la división interna en riqueza léxica; mensaje, siempre, eso sí, “pronunciado por la persona legitimada para ello” y que “sólo se impone con la colaboración de los gobernados, es decir, por medio de los mecanismos sociales capaces de producir esa complicidad, fundada en el desconocimiento, que es la base de toda autoridad” (Bourdieu, op. cit.: 90-93).
 
Manuel Rodríguez Illana
 
REFERENCIAS
 
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NOTAS
 
[5]  https://www.youtube.com/watch?v=6-Hy2jwkSAo. Se trata de una de las ediciones de Morfología del Humor. Jornadas de estudio y análisis del humor desde la antropología, la psicología, la filosofía y la cotidianidad, en la Universidad de Sevilla. "Publicado el 24 jun. 2012" (no aparece consignada la fecha ni año concreto a los que corresponde este vídeo). 
[11] La referencia es ALVAR, Manuel (1976): Lengua y sociedad. Barcelona: Planeta. 
[12] Ver nota 3.
[13] La transcripción es diferente en el original.
[15] Véase de nuevo la penúltima nota.