Las contradicciones insalvables de la filología orgánica andaloespañola: momentos estelares de Lola Pons (III)
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- Publicado: Martes, 10 Octubre 2017 09:52
- Escrito por Manuel Rodriguez Illana
En el presente artículo terminaremos de repasar el análisis que de las intervenciones de la filóloga Lola Pons hemos iniciado [1] y continuado [2] en episodios anteriores.
Seleccionar y yuxtaponer la primera y la última oración del último de los fragmentos que extraíamos de la intervención radiofónica de Pons que examinábamos en la entrega anterior [3] nos ayuda a ver con mayor claridad la contradicción insalvable de su discurso: “El problema es la repetición y la mofa que se hace del acento andaluz siempre asociado a un perfil socioeconómico vulgar. […] se juzga a los hablantes por su poder económico, y no por sus rasgos lingüísticos”.
Esta yuxtaposición permite comprobar que primero se lamenta de que se vincule el andaluz con estratos socioeconómicos bajos, los cuales, a su vez, identifica con 'vulgares', cuando sin embargo antes ha definido el vulgarismo con los “rasgos propios de lo hablado”, pero, claro, siempre que no se hable en situaciones consideradas 'públicas' o 'importantes'. Segundo, tras haber tirado la piedra esconde la mano denunciando un clasismo que el paradigma prescriptivista que defiende contribuye a difundir: precisamente los rasgos lingüísticos por los que juzga a las/os hablantes cuando proscribe el empleo de pronunciaciones como “farda” o “barcón” para “una tribuna pública” o “un discurso importante” no contienen en sí mismos ningún defecto, contratiempo u obstáculo para una adecuada comunicación o la necesaria inteligibilidad, lo que nos remite una vez más a una mera cuestión de estilo expresivo, totalmente ajeno a la eficacia informativa o estrictamente referencial del mensaje, pero asociado a un determinado valor social y simbólico como signo de riqueza (o, en el caso de “farda” o “barcón”, de pobreza) en el intercambio lingüístico (Bordieu, 2008: 49-50). Téngase en cuenta de que hasta hace poco tiempo, en términos relativos, las personas pertenecientes a ese “perfil socioeconómico vulgar” al que se refiere Pons no estaban en condiciones de recibir instrucción formal asistiendo a la escuela, centros de enseñanzas medias y menos aún la universidad, instituciones por cuyo paso se transmitía a las/os estudiantes la idea de que (justamente, por ese atributo del estilo expresivo como signo de riqueza, autoridad o merecedor de obediencia social) debían sustituir en todo momento su lengua vernácula más identificable por el léxico, gramática y pronunciación de la lengua estándar (castellano o “español”), lo que nos recuerda que, como norma, “el axioma de la educación colonial es: «a mayor educación, mayor el complejo de inferioridad»” (Grosfoguel, 2016a: 270). Para constatar que es la propia Pons quien “juzga a los hablantes por su poder económico, y no por sus rasgos lingüísticos” (tomando sus propias palabras) cuando estima como impropio de un “discurso importante” lo que gusta de llamar “rotacismo” refiriéndose a algunos de ellos, considerados por ella como indicativos “del andaluz más vulgar” (como decía a las cámaras de Canal Sur a cuenta de la presentación en Sevilla de Er Prinzipito), o, en otras palabras (también suyas), “ese paso de esa letra ele a erre”, basta con tomar un idioma tan próximo geográficamente como el portugués: ¿es esta una lengua intrínsecamente peor como instrumento comunicativo “por sus rasgos lingüísticos”, entre los que podemos encontrar ese mismo fenómeno que se da en el andaluz de “paso de ele a erre”? A nadie se le ocurriría, en efecto, emitir afirmaciones semejantes basándose en la existencia de vocablos como “armazém” (frente a “almacén”, en castellano) [4], “praia” (“playa”) [5], “escravo” (“esclavo”) [6], “igreja” (“iglesia”) [7] o “Catarina” (“Catalina”) [8]. El problema para el andaluz es que, a diferencia del portugués, tiene al enemigo en casa, y particularmente en la universidad. Está claro que la censura de Pons a ese mismo rasgo que el andaluz comparte con el portugués (si tomamos como eje de comparación esos términos equivalentes en el “español”, un simple estándar) no puede basarse, pues, en criterios lingüísticos, sino que todo se reduce a una cuestión política que nos remite al privilegio lingüístico, el cual a su vez nos lleva a la cuestión de la clase social y la racialización inferiorizante llevada a cabo sobre determinados colectivos humanos (Rodríguez Iglesias, 2016b: 29-30). Recordemos que, de acuerdo con la explicación que no explicaba nada ofrecida en un bar sevillano, Pons afirmaba, cuando hablaba del cambio lingüístico, que “un cambio que tiene prestigio presenta connotación positiva, y comienza a escalar [...] de sectores sociales a sectores sociales. Y si va de arriba hacia abajo escala [sic] de tipo de texto en tipo de texto”, dinámica cuyo “patrón muy común es que vaya de la lengua jurídica a la administrativa, de la administrativa a la historia, y de la historia a la ficción. Y una vez que la use un novelista, pues ya todo el mundo la emplea”; lo que sucedería cuando “Alguien le da prestigio y el prestigio va yendo en cadena” [9]. Sin embargo, debemos insistir en la pregunta relativa a quién es ese alguien que le otorga tal privilegio, al que en la jerga oficial se califica con el eufemismo de “prestigio”, pero también en la cuestión sobre el efecto que ese privilegio produce en la/el hablante cuando la autoridad prescriptiva estigmatiza lo que llama tanto “los rasgos vulgares que presenta el andaluz” como los que “presenta cualquier otra variedad” (por continuar con las expresiones emitidas por la profesora de la US a través de Canal Sur Radio). En efecto (Moreno Cabrera, 2011: 275, 276, 277, 281-282),
<< ¿Cuáles son esos modelos de habla a los que aspiran o deben aspirar los hablantes? ¿Quién o quiénes los considera cultos? […] No se trata, pues, de una imposición arbitraria, sino claramente motivada. Se trata de imponer los usos de las clases dominantes como los únicos usos correctos o cultos. Pero […] los modelos de la lengua escrita culta no son otra cosa que los modelos vulgares de las clases dominantes con algunos añadidos cultos adicionales. […]
¿Cuándo se produce esta situación dubitativa entre los hablantes de una lengua? Cuando el hablante es más o menos consciente de que su forma de hablar va a ser evaluada. En ese momento, interviene un mecanismo psicológico de supervisión y autocorrección […] que dificulta grandemente, y a veces impide, la realización adecuada de la capacidad lingüística natural adquirida en la infancia y practicada sin problemas en casi todo tipo de situaciones. […] Los problemas que surgen debido a este factor de autoconciencia lingüística distorsionadora, impuesta por las instancias evaluadoras, no se solucionan con el aumento de la tensión autoobservadora que supone la provisión de más recomendaciones, sugerencias y prohibiciones o proscripciones, sino que se agravan. […]
La solución al factor distorsionante […] por una evaluación impuesta desde arriba no está en el incremento del número de recomendaciones, normas o prohibiciones, sino en la dignificación de las habilidades lingüísticas naturales, del habla vulgar habitual, por parte de las instituciones […]. Porque «los moldes propios de nuestra lengua» (RAE y ASALE, 2005: XII) [10] no son sólo los establecidos sobre la base del vulgar de las clases dominadas o desfavorecidas. […]
[...] la auténtica naturaleza de la norma académica […] Consiste en elevar a norma general lo que no es más que un conjunto de convenciones […] de una minoría de la comunidad lingüística. Es decir, estamos ante una imposición pura y dura que se fundamenta en el privilegio de las convenciones lingüísticas de las capas superiores de la sociedad, que tienen las riendas del poder político, económico, informativo, jurídico o legislativo. Pero se nos quiere hacer creer que esas convenciones que se busca imponer como correctas o normales surgen en realidad de la mayor parte de la población y se basan en las convenciones generales implícitas que sustentan el funcionamiento habitual de las lenguas naturales. En resumidas cuentas, el habla de las personas instruidas que dominan la lengua culta estándar escrita podría considerarse e incluso aceptarse como normativa, pero de ningún modo como normal. Además, si se conceptúa como normativa, ello no puede ser debido a que esa lengua culta tenga características lingüísticas superiores gramaticalmente a las de otras variedades –ya hemos visto antes que es también vulgar–, sino a un predominio no lingüístico: político, económico, cultural y social, principalmente. […] Es decir, ya que el tipo de habla que se adopta como modelo […] es un modelo minoritario y específico y de ámbito muy restringido (que he estimado de modo tentativo en un 1% de la población total) […], una forma de justificar esa posición minoritaria es mantener que procede de la actuación defectiva e imperfecta de los demás hablantes […] lo que se denomina despectivamente habla coloquial […] a través de una aplicación imperfecta, descuidada, laxa de las convenciones generales entre los hablantes cultos. […] este enfoque […] supone una manipulación evidente de los datos lingüísticos. El habla de la gente calificada de vulgar e inculta no es descuidada o laxa; simplemente, sigue unas convenciones distintas en muchos puntos de las convenciones de los modelos del habla de las personas cultas, pero tan correctas lingüísticamente como las de éstas.
La idea de que la gente inculta habla mal […] es la idea tradicional del prescriptivismo más rancio y aparentemente pasado de moda, […] trasnochado y caduco. >>
Así pues, cuando Pons y sus correligionarios establecen su aparentemente arbitraria pero realmente motivada frontera entre rasgos estigmatizados (“vulgares”) del andaluz, que son la inmensa mayoría, y rasgos permitidos (dos o tres), nos encontramos ante el solapamiento de la opresión nacional y la opresión de clase aplicada al campo lingüístico: si para los actos 'importantes' prescribe las pronunciaciones “balcón”, “falda” o “alcalde” en detrimento de “barcón”, “farda” y “arcarde” es simplemente porque estas últimas se ajustan menos que las primeras a la ortografía normativa del castellano, estándar, a su vez, elaborado en virtud del habla en origen de un territorio ajeno a Andalucía, pero también, dentro de dicho territorio, con base en la lengua de unas capas sociales muy determinadas; no de cualquier estrato. Es más, este clasismo/nacionalismo de la lengua implica también un clasismo/nacionalismo de carácter epistémico (como demuestra en una entrevista audiovisual el catedrático de la US Antonio Narbona cuando afirma que la cultura “es la cultura escrita, en el fondo” [11], lo cual nos llevaría una vez más al problema de la colonialidad del poder y del saber; Quijano, 2007: 123). Es decir, cuando (Moreno Cabrera, op. cit.: 282, 283-288)
<< se hace referencia a las variedades regionales, […] se menciona que las diversas normas o variedades y usos regionales están en pie de igualdad [aceptables] con la condición de que estén generalizados entre los hablantes cultos. […] estar generalizado entre hablantes cultos no supone que estén generalizados en la población total, dado que […] ese conjunto de hablantes forma una minoría. […]
Por ello, [...] las academias son uno de los instrumentos que está a disposición de las clases dominantes para imponer su modo de hablar como modelo que ha de ser imitado por toda la sociedad. […] este modelo es más fácil de adquirir y ejercer perfectamente por parte de esas capas dominantes de la sociedad en cuya variedad se basa la norma culta, que por parte de las demás clases sociales, cuyas normas lingüísticas son diferentes, en muchos puntos, […] y a cuyos miembros les resulta mucho más difícil asimilar y usar de forma rápida y eficaz una variedad lingüística que no es la suya. De esta manera, los individuos de las clases dominantes lo tienen siempre más fácil para prosperar en la sociedad que los de las clases dominadas. […]
Se hace explícita la idea que rige toda la labor de vigilancia del uso de la lengua. Los únicos buenos usos son los de una minoría […]: la de los que que dominan el registro formal culto sobre el que recae nada menos que la transmisión del conocimiento. Esto hace que todas las demás variedades lingüísticas […] se vean devaluadas de forma patente por comparación, ya que no se asocian explícitamente a la transmisión del conocimiento, cuando sabemos perfectamente que en todas las variedades lingüísticas espontáneas orales se transmiten conocimientos e información […]. En las comunidades que no tienen un estándar reconocido […] se transmite conocimiento e información tan eficazmente como en las que lo tienen, aunque no necesariamente el mismo tipo de conocimiento ni de la misma manera. […] la exigencia de ese dominio se establece como una vía de selección, que, inevitablemente, pone en un lugar privilegiado a la mayoría de los miembros de las clases dominantes, en cuyas variedades idiomáticas está basad la norma reconocida como culta. […] con ello, la justificación natural de su imposición como modelo universal queda resuelta y queda oculta o velada la auténtica razón de ese predominio, que tiene una naturaleza social, política, económica o cultural y no estrictamente lingüística. […]
[...] si hay algo que corregir en la conciencia lingüística de la mayoría de la población, es precisamente ese conjunto de creencias falsas, sin base científica alguna, que hace posible el sometimiento lingüístico de mucha gente a unas normas y que no sólo produce inseguridad lingüística –de ahí los centenares o miles de consultas hechas a las academias […]– sino que […] entorpece y deteriora de forma notable las capacidades lingüísticas naturales de los individuos. […] Un aspecto importante de esa labor correctiva de los prejuicios consiste en desvelar el auténtico carácter de la norma culta escrita, su índole minoritaria, artificial y su función de pura etiqueta social convencional […]. las academias deberían […] fundamentar un conocimiento profundo de una realidad lingüística dinámica y plural en la que hay poco o ningún lugar para preceptos y reglas normativos más allá de la ortografía y la estandarización terminológica. >>
El resto de intervenciones de Pons en La hora de Andalucía discurren, como puede suponerse, por la senda del prescriptivismo castellanocéntrico más incoherente. En 26:44, el presentador le pregunta si “Los andaluces somos en parte responsables de esto”, en referencia a la afirmación de la profesora universitaria de que “se juzga a los hablantes por su poder económico, y no por sus rasgos lingüísticos”. Esta es su respuesta:
<< Es una pregunta interesante, […] pero yo creo que en los últimos años los andaluces estamos dando una muestra de dignidad constante en torno a nuestro acento. Es andaluz la persona que escribió Er Prinzipito, en andaluz. Hace unos meses salió ese tema a la palestra. Yo incluso intervine en Canal Sur hablando sobre este asunto. Y todos los andaluces reaccionamos en general, o la mayoría reaccionaron, en contra precisamente por la misma razón que pasa con el asunto del cónsul. Porque veían en Er Prinzipito reflejados los rasgos lingüísticos más vulgares del andaluz, tipo ese paso de ele a ere de “Er Principito”, o sea que ahí también hemos dado un ejemplo de dignidad lingüística y de cariño hacia nuestra forma de hablar. Nosotros mismos, yo soy profesora universitaria y no modifico mi acento en absoluto cuando doy mis clases. En cambio, cuando era alumna de la universidad recibí horas de clase de profesores andaluces que hablaban como si fuesen madrileños. O sea, que yo creo que sí que ha habido un cambio, pero me parece difícil que desde fuera se nos respete porque es bastante común, como decía, que se asocie la dignidad lingüística a la capacidad económica, y en tanto que esta segunda no cambie hacia arriba pues quizá no haremos prestigiosa nuestra forma de hablar. >>
Poco es menester comentar de un parlamento que, como puede apreciarse, no hace sino continuar en la misma línea argumental: el andaluz 'digno' y verdadero es aquel cuyo conjunto de rasgos diferenciados con respecto al castellano estándar queda restringido a un par de detalles del ámbito fonético, como las aspiraciones al final de sílaba, el llamado seseo y poco más, lo que, efectivamente, reduce a la lengua natural de Andalucía a mero “acento” del castellano y elimina cualquier contaminación que pueda asociarlo a las clases “más vulgares”; jibarización identitaria que le permite sin esfuerzo, efectivamente, mantener a salvo de toda modificación su forma de hablar, siempre guarecida, dentro del corsé castellanocéntrico, en el paraguas de lo lingüísticamente correcto cuando imparte sus clases universitarias. Pons vuelve a tener un recuerdo para Er Prinzipito presentando como “muestra de dignidad” las reacciones “en contra” de la elaboración de ese libro dentro de la propia Andalucía, una respuesta que, valiéndose de la técnica propagandística del haz como todos (Merril, Lee y Friedlander, 1992) o unanimidad y contagio (Domenach, 1986), Pons trata de hacer pasar por masiva, al efecto de reforzar su posición (“los andaluces estamos dando una muestra de dignidad constante”, “todos los andaluces reaccionamos en general, o la mayoría reaccionaron, en contra”, “ahí también hemos dado un ejemplo”); ello a pesar de las cifras de ventas alcanzadas rápidamente por Er Prinzipito desde los días inmediatamente subsiguientes a su presentación en Sevilla y que se contaban por centenares, por encima de la pulsión reaccionaria del estamento académico y del linchamiento personal a Huan Porrah por parte de los grandes medios de comunicación comerciales de ámbito estatal y andaluz. Así convierte Pons el síntoma de endoandalofobia y autoodio de buena parte de un pueblo colonizado como Andalucía hacia las variedades más distintivas de su diversidad lingüística (en este caso, el andaluz interior de la comarca de la Algarbía) en “un ejemplo de dignidad lingüística y de cariño hacia nuestra forma de hablar”, “porque veían en Er Prinzipito reflejados los rasgos lingüísticos más vulgares del andaluz”. Comprobamos de este modo cómo la capacidad “para denunciar bajo la apariencia de enunciar” de la policía lingüística es “tan indiscutible” (Bourdieu, op. cit.: 124). La contradicción permanente en su discurso persiste cuando, después de haber evidenciado nuevamente su prurito clasista contra “los rasgos lingüísticos más vulgares”, que, como sabemos, son tan correctos lingüísticamente como los normativos, estima a renglón seguido que es “difícil que desde fuera se nos respete porque es bastante común [...] que se asocie la dignidad lingüística a la capacidad económica, y en tanto que esta segunda no cambie hacia arriba pues quizá no haremos prestigiosa nuestra forma de hablar”.
En el minuto 30:18 de programa, otro de los locutores inquiere a Pons en torno a cómo le sienta que fuera de Andalucía alguien pueda haberle dicho “«qué gracioso, cómo hablas»”. La divulgadora considera su estatus académico una circunstancia agravante: “es tremendo, ¿no?, sobre todo cuando, como es mi caso, una es profesora universitaria y cuando me desplazo en general por temas laborales fuera de Sevilla es para dar conferencias sobre mis asuntos de investigación, que son historia de la lengua”. Algo más tarde, en 31:48, aboga como defensa ante posibles ataques o ridiculizaciones hacia el andaluz por echar mano de “el conocimiento”, dado que “hay muchísimas obras de divulgación científica sobre el andaluz”, campo en el que, en referencia al cuerpo de docentes del mundo universitario, “cada uno hemos puesto nuestro granito de arena en ese sentido, y que cuando a uno le dicen «pues el seseo es malo», o «el ceceo es malo», o «tú hablas mal», pues hay que tener un argumento lingüístico bien preparado, y existen, y es muy fácil formarse ahora en la era de internet, para responder a eso”. Pons deja claro que hay que armarse con la doctrina elaborada por el estamento oficial; no será válida cualquier concepción descriptiva de las diversas formas de comunicarse oralmente propias de los distintos territorios y/o clases sociales: es obligado defenderse “no solo con el argumento de que «es que la riqueza es variedad», ¿no?, como el que dice «bueno, pues es que todos tenemos derecho a hablar como hablamos en este mundo de Dios». No solo eso, sino que, como decía antes, que todas las modalidades lingüísticas tienen un rasgo vulgar”.
Es conveniente tener presente que su intervención en La hora de Andalucía ha sido motivada por unos comentarios sarcásticos hacia Susana Díaz en una red social a cargo de un cónsul catalán. “Hablando por ejemplo del catalán, ya que este cónsul lo era (yo no lo sabía)”, afirma Pons, nada mejor que incidir en uno de los ejes discursivos fundamentales de la presidenta de la Administración 'autonómica' y su equipo: el agravio comparativo con Cataluña, esta vez en su trasunto lingüístico: “por ejemplo, en catalán es muy común que se utilice el verbo haber en plural; voy a decir la frase como ejemplo, que será más fácil de entender: «habían muchos coches en la calle». Eso sabemos que es un vulgarismo, pero eso es bastante común entre los catalanes cuando hablan español porque en catalán eso es correcto. Pues podemos tener este contraargumento preparado”. Gracias a Dios, podemos responder a los ataques porque en todas partes cuecen habas: los catalanes también tienen vulgarismos. El problema es que este recurso a la población catalanoparlante como sparring (en otras ocasiones la víctima elegida por el españolismo lingüístico es el euskera [12]) viene aderezado con afirmaciones erróneas; en concreto, aludir a la recurrencia de “que se utilice el verbo haber en plural”, uso “bastante común entre los catalanes cuando hablan español”, basándolo en la norma oficial de esa lengua no castellana en cuestión “porque en catalán eso es correcto”. No vamos a entrar ahora nuevamente en la cuestión de la ideología subyacente a la mayoría de procesos de estandarización lingüística; lo que nos interesa en este punto es señalar que la afirmación de Pons sobre que en el catalán el uso del verbo haber en plural es correcto incluso cuando se usa como sinónimo de 'existir' resulta manifiestamente falsa. Podemos comprobarlo, por ejemplo, en la web de servicios y recursos lingüísticos de la Universitat Politècnica de Catalunya, en la que, bajo el título “El verb haver-hi: errores més freqüents”, en referencia a dicha forma de expresar la existencia de algo, se exhorta a quien lea la página en estos términos: “Recorda que el verb haver-hi no té plural”. Más abajo se repite que “Aquesta forma és invariable i no té plural”, para, a renglón seguido, poner un par de ejemplos de lo que la norma del catalán estándar considera incorrecto: “No hi han localitats per al concert de demà” (si buscáramos un símil en castellano, algo así como “No hayn localidades para el concierto de mañana”) y “Hi havien 400 persones” (“Habían 400 personas”) [13]. La web homóloga de la Universitat Oberta de Catalunya confirma esta proscripción normativa cuando detalla que “El verb haver-hi és impersonal i transitiu. Per tant, no canvia de nombre, sinó que és invariable (hi ha, hi havia, hi haurà, hi pot haver, etc.), ja que el verb no concorda amb el complement directe”, para, a continuación, aclararlo con sus correspondientes ejemplos: “De totes les intervencions que hi ha hagut la més interessant ha estat l'última (i no pas hi han hagut)”, es decir, “De todas las intervenciones que ha habido la más interesante ha sido la última (y no han habido)”, y “No hi ha prou cadires per a tot aquest públic (i no pas hi han)”, o sea, “No hay bastantes sillas para todo este público (y no hayn)” [14]. En suma, contra lo afirmado por la profesora de la Universidad de Sevilla, no es aceptado por el estándar catalán decir “Havien molts cotxes al carrer”, lo que lamentablemente desmonta el “contraargumento preparado” por Pons, quien acto seguido aprovecha para censurar una construcción gramatical típica del andaluz (lo que no quiere decir que no sea empleada también en otros puntos de la Península) cuando considera que “este tipo de vulgarismos son comparables a que aquí alguien diga «me se ha caído»”. Naturalmente, atenúa su censura en el modo que ya conocemos añadiendo “Que no pasa nada, repito, si lo decimos en el bar o con los amigos. La cuestión está en no utilizarlo cuando estamos en una tribuna más cuidada”, pero su clasismo epistémico más descarnado vuelve a relucir aún más cuando prosigue con una equiparación ad hominem entre cultura e instrucción académica declarando que “por supuesto la riqueza y la cultura lingüística está ligada a nuestro grado de conocimiento. Bueno, y ahí está Andalucía con grandes universidades, con científicos de primera línea, para dar contraejemplos de posesión cultural, claro”.
En el minuto 33:23, con la siguiente pregunta del locutor de La hora de Andalucía verificamos con absoluta claridad que el intercambio lingüístico posee un valor simbólico que va más allá de la mera transmisión de información, que determinado tipo de actos verbales solo es efectivo cuando es “pronunciado por la persona legitimada para ello” y que dicho mensaje “sólo se impone con la colaboración de los gobernados, es decir, por medio de los mecanismos sociales capaces de producir esa complicidad, fundada en el desconocimiento, que es la base de toda autoridad” (Bourdieu, op. cit.: 90-93). El presentador del programa radiofónico, que, independientemente del grado de incoherencia argumental de Pons, evidencia no estar enterándose absolutamente de nada, le interpela nuevamente en esta manera: “Y Lola, yo una cosa que, a ver, que nos comentes. Porque a mí lo que me parece del andaluz es que es una forma de hablar mucho más suave que quizá eso la hagan más especialmente apta para comunicarse bien [sic]. Lo cierto es que a pesar de todo esto, todo el mundo nos entiende. Y todo el mundo es capaz de ponerse... quiero decir, de que nos entienden al fin y al cabo. Que al fin y al cabo, por otra parte, es el fin último del lenguaje: comunicarnos, ¿no?”. Introducida la cuestión de la inteligibilidad y la intercomprensión mutua, Pons no solo asiente al despropósito emitido por el periodista (que hay lenguas más eficaces comunicativamente que otras) sino que retoma la senda del establecimiento de fronteras nítidas entre las hablas 'cultas' y 'vulgares' ampliando la diferencia cualitativa al citado asunto de la inteligibilidad, en una reedición del tópico del españolismo lingüístico de que las demás lenguas (o hablas y variedades) son menos entendibles que el castellano (Moreno Cabrera, 2010: 17-18) volviendo a hacer pasar por andaluz, de forma genérica, su habitual castellano con ligero acento:
<< Claro. Vamos a ver. Todos los andaluces hemos viajado quizás en algún momento a algún pueblo de Andalucía, hemos parado a alguien por la calle para preguntar dónde está el sitio al que vamos, nos han contestado y hemos dicho: «yo no me entero de lo que ha dicho este hombre». Pero si hiciésemos eso en el Ampurdán o en la Soria profunda también nos pasaría. O sea, que eso ocurre en todos los lugares: la cuestión de la inteligibilidad, es decir, el hacerse entender por el otro. Pues como estoy yo hablando ahora di clase durante un semestre completo en la universidad alemana de Tubinga, precisamente di una asignatura completa sobre el andaluz, y los alumnos me entendían perfectamente y les parecía además muy interesante que diese una asignatura que versaba sobre mi propia forma de hablar. O sea, que yo he puesto el ejemplo vivo de eso que estaba enseñando. >>
Merece remarcarse el hecho de que la profesora avale su habla personal (que considera como el andaluz aceptable) celebrando ser entendida por alumnado alemán y previamente haya estipulado que el empleo de lo que llama “rotacismo” (“farda”, “barcón”, “arcarde”) no sea adecuado para las alocuciones tenidas por formales o importantes en tribunas públicas, tratándose de diferencias respecto al estándar que nadie honestamente puede poner como ejemplos de usos que pongan en peligro el criterio de inteligibilidad del mensaje (dado que todo el mundo, incluso una audiencia no andaluza, es perfectamente capaz de entender en el pertinente contexto que “farda”, “barcón” y “arcarde” equivalen, respectivamente, a los términos del estándar castellano “falda”, “balcón” y “alcalde”). Lo cual, obviamente, muestra que sus proscripciones no se basan en criterios lingüísticos sino sociales.
Pons prosigue la defensa de lo que en su reducida concepción entiende por andaluz basándola en los dominios imperiales donde no se ponía el sol y apelando, como ya ha hecho en otras ocasiones (Verne.elpais.com, 2/VII/2017 [15]) al silogismo falso de identificar la población reunida por todos aquellos Estados donde el castellano es lengua oficial, en los que es sobre todo entendida, con la población que realmente habla y domina esa lengua (“400 o 500 millones de personas que hablamos hoy español”) que no es sino un estándar (Moreno Cabrera, op. cit.: 16). Dice así Pons:
<< Y en el caso del andaluz, además, está el argumento tan poderoso de América. Los grandes rasgos que definen al español de América salieron de los barcos que tomaban salida en Sevilla en el siglo XVI y XVII. Marineros y pobladores andaluces (también canarios, extremeños) fueron los que masivamente llegaron a América. La extensión del seseo en América y de, por ejemplo, el uso de ustedes en lugar de vosotros tiene una razón de ser en Andalucía. Y de los 400 o 500 millones de personas que hablamos hoy español pues resulta que solo no cecean [con toda probabilidad quería decir sesean] 20 millones. O sea, que meterse con alguien porque sesea, pues... >>
Pons continúa defendiendo lo que su paradigma llama seseo dando vueltas, una vez más, sobre el mito de las supuestamente inherentes facilidades o, por el contrario, handicaps de unas y otros lenguas o sistemas lingüísticos en relación con sus capacidades comunicativas: “si tanta gente [lo] utiliza, será porque es útil como vehículo de comunicación. O sea, que decir seresa será comprensible cuando mucha gente dice seresa y no cereza”. Pero el final de esa respuesta convierte a Pons en plusmarquista de la hipocresía o, si le concedemos el beneficio de la duda, la incoherencia: “Lo que tenemos es que desligar el tópico del andaluz como algo mal hablado y no asociar la economía a la posesión cultural”, cinismo que refuerza explicando y opinando así: “O sea, según cómo alguien habla, lo adscribimos a una zona geográfica, lo adscribimos a un nivel cultural, lo adscribimos incluso a un nivel socioeconómico... Entonces, una crítica fácil a alguien es utilizar, como se ha hecho en este caso [de Susana Díaz], el atuendo y la forma de hablar para mofarse de una persona”. Ya hemos comprobado reiteradamente que la profesora 'adscribe' “a un nivel socioeconómico” a la gente precisamente “según cómo alguien habla”.
Cuando en 43:18 el presentador apunta que la del cónsul español en Washington “es la primera destitución de un cargo representativo, un cargo político, un cargo oficial, [...] que se produce por este motivo, por haberse metido o haberse mofado con el acento andaluz”, Pons amplía su inconsistencia argumental al tema del humor celebrando que el público andaluz deje de consumir series con estereotipos alienantes para con nuestro país (lo cual, por otra parte, introduce una interpretación totalmente alejada de los datos de audiencia de series como La que se avecina) mientras que al tiempo, “¡Ojo!”, considera “caer en la tontería de la corrección política” el hecho de denunciar el racismo subyacente a “determinados chistes”. De acuerdo con este relato, parece como si en un chiste andalófobo no hubiera “utilización denigrante del acento andaluz”:
<< Sí, que yo conozca es la primera, y en ese aspecto, pues, tenemos que aprender también a hacer patria. Cuando alguien decía, cuando Antonio Cattoni o algunos de tus colaboradores decían «el personaje de la serie andaluz es la empleada del hogar»... Bueno, los andaluces hemos castigado esas series dejándolas de ver. Porque a lo mejor esa es la manera también de hacer defensa no solo de nuestra forma de hablar sino de nuestra identidad y de nuestra autonomía, que tanto trabajo nos ha costado conseguir, ¿no? Pues castigar como consumidores, o, como en este caso, gobernados, ¿no?, aquellos políticos, aquellos partidos, aquellas productoras que inciden siempre en ese tópico. ¡Ojo!, sin caer en la tontería de la corrección política. Siempre va a haber chistes sobre andaluces, claro, y sobre catalanes, y sobre vascos, y sobre argentinos, y eso está bien que los hagamos. La cuestión está en la utilización denigrante del acento andaluz. >>
Llegamos al minuto 44:28 de programa. Su conductor reproduce la consigna oficialista de nuestra extraordinaria heterogeneidad interna introduciendo su siguiente pregunta con la consideración de que “estamos hablando del andaluz como algo único, unitario, pero aquí estamos hablando en realidad de muchas hablas muy distintas”. Pons responde a la cuestión en torno a si el andaluz del Bajo Guadalquivir está mejor visto que el de otras zonas con el enésimo llamamiento a la necesidad de centrarse en la igualdad de todas las formas de hablar; una loable apelación que, desgraciadamente, parece ser válida para todo el mundo menos para ella:
<< Obviamente, ¿es una cuestión de rasgos lingüísticos? O sea, en un análisis científico de los rasgos del andaluz unos son iguales que otros. Pues por ejemplo, si hablamos del seseo, que se considera bastante prestigioso, dentro de Andalucía menos, es un fenómeno similar al del ceceo. O sea, son dos caras de la misma moneda. Y en cambio, el ceceo se encuentra muy desprestigiado entre los propios andaluces por una razón exclusivamente económica, y es que sesea la capital, Sevilla, y cecea la provincia; todas las zonas rurales cecean y no sesean. Y por eso a algunos les parece peor decir ezzamen que decir serbesa. Pero el rasgo lingüístico, el fenómeno en sí, es el mismo. Es solo la valoración la que cambia. >>
Hasta aquí la aparición de la filóloga de la Universidad de Sevilla en La hora de Andalucía a cuenta de los comentarios sarcásticos del cónsul español en Washington, espacio radiofónico del que no nos resistimos a incluir la transcripción de un interesante mensaje de Whatsapp enviado por un oyente consciente de que los árboles de la difusión mediática de tecnicismos academicistas vacíos de contenido trata de ocultar el bosque del privilegio lingüístico:
<< Bueno, buenos días. Yo creo que también Canal Sur, el ente público de la radiotelevisión pública de Andalucía tendría que hacer un ejercicio de reflexión y preguntarse por qué después de más de veinticinco años ya entre nosotros, pues... Los locutores, los presentadores de la radio y la televisión andaluza aún disimulan su andaluz, tratan de camuflarlo o impostan un castellano, tal vez intentando evitar ese tópico de que hablan mal, o porque desde las direcciones de los programas de radio y televisión pues se lo exigen. Habría que plantearse esa pregunta, ¿no? ¿Por qué los propios presentadores, locutores, que estáis ahora mismo trabajando en la televisión pública de Andalucía disimuláis vuestro andaluz? >>
Como es de esperar, la reacción a esta verdad incómoda por parte de los presentadores del espacio, uno madrileño (el conductor principal) y el otro andaluz, es declarar que respetan la opinión del oyente y, por supuesto, negarlo todo.
Haciendo gala de la regla propagandística de la orquestación, en virtud de la cual un mismo mensaje es repetido constantemente en distintos medios y desde diversas fuentes, adaptado en su forma a los diferentes tipos de público pero conservando su contenido esencial (Domenach, op. cit.), el mismo día que el PSOE-A contó con la presencia oral de Lola Pons en Canal Sur también recurrió a la filóloga sevillana para un artículo en las páginas de El País (2/VIII/2017 [16]), titulado “El cónsul y los vendimiadores”, donde esta repitió exactamente las mismas ideas-fuerza y donde, por tanto, incurrió en idénticas contradicciones. En dicho texto se pregunta retóricamente “Cuánto hay de sesgo económico en la crítica social a un acento”, y se lamenta de que el andaluz “ha sido tristemente común utilizarlo [...] como rasgo identificativo de una clase social baja” mientras simultáneamente se congratula de que “en el español de Andalucía hay rasgos que tienen poco prestigio, y los primeros que los consideramos vulgares somos los propios andaluces, que los usamos en los entornos informales y no en la tribuna pública”; a saber: en lo que entiende por el andaluz, al que se refiere como “ese acento”, “va incluida la alteración de la s, pero no el rotacismo (alcalde > arcarde) que seguramente empleo cuando estoy relajada en un ambiente amistoso”. Que “A mayor capacidad económica de un lugar, más prestigio lingüístico tienen sus rasgos”, y que “La gente empieza a hablar distinto, inicia un cambio en la lengua, pero solo consiguen difusión hacia arriba y terminan llegando al habla estándar los fenómenos que resultan prestigiosos porque están respaldados por un núcleo de poder económico o social”, como comenta en el segundo párrafo, al parecer no es aplicable en absoluto a que casualmente sea aceptada por la policía lingüística “la alteración de la s, pero no el rotacismo (alcalde > arcarde)”.
Tal caprichosa frontera entre lo permitido y lo no permitido remite al sempiterno clasismo por el que “En el andaluz, como en otras variedades, hay un estándar más o menos tácito, que es el que en general emplean políticos y periodistas cuando hablan en público”; es decir, el castellano estándar aderezado con algún leve rasgo fonético (y no siempre), que suele ser justamente esa misma “alteración de la s” en forma de aspiración. Es muy llamativo este punto ciego de la filología andaloespañola, que en ocasiones alude a lo que no puede ser sino una entelequia, dado que una lengua estándar, por definición, es una variedad ampliamente difundida, elaborada convencionalmente por agentes de planificación lingüística, restringida y fija, como consecuencia de una actuación expresa sobre el lenguaje, enseñada y usada en la educación formal y empleada igualmente en los medios de comunicación, y ya sabemos que en las emisoras y canales de Canal Sur o el circuito territorial de RTVE en Andalucía, como bien hizo notar el oyente de La hora de Andalucía a sus locutores, el uso de todo lo que no sea el único estándar realmente existente, es decir, el castellano, brilla por su ausencia; recordemos que en su charla en un bar la propia Pons decía: “por ejemplo, cuando pongo la tele y veo el telediario, eso, lo que me hablan, es estándar” [17]. A pesar de todo ello, el oficialismo filológico en nuestro país recurre a este tipo de expresiones vagas, como esta mención de la profesora a “un estándar más o menos tácito” (una fórmula expresiva que recuerda a los defensores de la monarquía con su doctrina del pacto tácito entre los españoles, donde todo parecer ser implícito). Nos permitiremos, en relación con este mismo punto, reproducir una muestra de la aleación reforzada de ignorancia y prepotencia de las/os seguidoras/es de este paradigma dominante con una serie de mensajes de Whatsapp recibidos por quien esto escribe, después de que pasara a la persona que los envió un enlace con una entrevista televisiva a Huan Porrah con motivo de la primera presentación de Er Prinzipito, que tuvo lugar en Mijas [18]:
<< [27/3 20:05] Ya. Pero "vemos estado escribiendo" no es andaluz. Es un vulgarismo y punto.
[27/3 20:05] Otra cosa: recoge la variedad ceceante.
[27/3 20:06] Esto ha ocasionado mucho revuelo en las redes entre filólogos.
[27/3 20:06] Yo, por ejemplo, soy seseante. No me siento identificada.
[27/3 20:07] En la universidad estudiamos como andaluz estándar (en registro culto) el de Carlos Herrera o Inma Soriano.
[27/3 20:09] Porque una cosa es hablar andaluz y otra identificarlo con el registro vulgar de nuestra lengua. En todas las lenguas y dialectos existe el registro vulgar, pero eso no significa que "haya que reivindicarlo" o "identificarlo" con el andaluz. Son conceptos totalmente distintos.
[27/3 20:10] No he leído el prólogo. Pero lo he escuchado 3 minutos y ya no lo escucho más. Su "vemos trabajado" "me ha llegao al arma". [emoticono de carcajada llorando de risa] ?
[27/3 20:11] Sí existe [un andaluz estándar].
[27/3 20:11] Nos lo explicó PEDRO Carbonero.
[27/3 20:11] Es especialista.
[27/3 20:14] En todas las lenguas y dialectos existe la modalidad estándar que recoge los rasgos comunes a los distintos tipos de habla. Por ejemplo, la pérdida de -d- intervocálica está presente en un andaluz seseante y en otro ceceante. Los rasgos comunes son los rasgos que pertenecen al andalú estándar. Pero decir "vemos trabajado" NO es hablar andalú. Es emplear un vulgarismo como una casa.
[27/3 20:15] Soy filóloga, eh??? De nada. [emoticono con guiño sacando la lengua] ?
[27/3 20:20] Si hablamos de dialecto andaluz, hay que recoger todos los rasgos comunes a las distintas hablas. Por tanto, el seseo y el ceceo quedarían excluidos porque hay hablantes que sesean y otros cecean. En algunos casos no es perceptible con nitidez ni lo uno ni lo otro. De ahí que me refiera a andaluz estándar.
[27/3 20:21] Si es común a todos: aspiración de s final y pérdida de d intervocálica o neutralización de consonantes.
[27/3 20:23] [...] Pero con fiebre y todo he sacado tiempo para informarte. No porque sepa más que nadie, sino porque es mi especialidad, ya que la he estudiado. ? [emoticono con guiño] Saludos.
[27/3 20:36] Por cierto CIERRO el debate: por aquí y en [...]. Solo debato con gente que haya dedicado al menos cinco años de su vida al estudio de las lenguas y dialectos de España. De la misma manera que lo he hecho yo. Me parece muy desafortunado por tu parte que pretendas "aleccionarme" sobre mi especialidad. Yo no le discutiría a un médico. Creo que me he explicado. Adiós >>
Otra inconsistencia del discurso de Pons se deriva de que en el citado artículo de El País señale que “No tienen cabida en el estereotipo andaluz que algunos se empeñan en perpetuar [...] los ocho premios Nobel de Literatura (de once) que proceden de la zona donde se habla norma meridional (América o Andalucía)” y precisamente uno de ellos, Juan Ramón Jiménez, se dedicara en su obra señera Platero y yo a una tarea que se convierte en el blanco de las admoniciones de la filóloga: escribir fragmentos en andaluz tratando de reflejar el habla popular de su entorno (García Duarte, 2017 y 2013).
Finalizaremos el examen de las claves discursivas de Pons con uno de sus textos académicos, en el que puede comprobarse que sus valoraciones mediáticas sobre el andaluz real y sobre la posibilidad de reflejarlo por escrito cuentan con un dilatado recorrido. El documento en cuestión versa sobre un periódico de contenido político, El Tío Tremenda, escrito completamente en andaluz por un periodista sevillano anónimo a principios del siglo XIX, en 1813, tras debatirse y aprobarse la Constitución en Cádiz. Destaca a lo largo de todo el artículo el empleo del entrecomillado de distanciamiento, técnica retórica de los textos escritos a través de la cual quien emite el mensaje deja claro que no comparte la veracidad o existencia de lo contenido dentro de las comillas (Rodríguez Illana, 2014). Dicho procedimiento es aplicado por Pons a los sintagmas “andaluz”, “en andaluz” o “escritura en andaluz”, y queda explícito ya desde el propio título: “La escritura «en andaluz» en tres periódicos del XIX: El tío Tremenda (1814, 1823), El Anti-Tremenda (1820) y El tío Clarín (1864-1871)” (Pons Rodríguez, 2000: 77). Leamos otros fragmentos donde encontramos el mismo escepticismo radical: “Estos diálogos están redactados […] en un lenguaje que podríamos calificar, reconociendo todas las dificultades del término, como «andaluz»”, “ese calificativo de «andaluz» sería muy discutible” (misma página), “La «escritura en andaluz», definida por el reflejo en el texto escrito” (ibíd.: 78), “todos estos textos «en andaluz»” , “este género de «escritura en andaluz»” (p. 79), “utilizar el «andaluz escrito»” (p. 82), “Los rasgos que registramos como caracterizadores del «andaluz» empleados” (p. 93). Tal negacionismo es explícito, igualmente, aplicando las comillas al verbo que indica la labor de poner por escrito lo hablado, en el enunciado “El andaluz también será empleado en este sentido para «transcribir», quince años antes que Demófilo, unas agudas y muy peculiares “coplas flamencas” […]” (misma página).
Por supuesto, el uso del término “vulgar” y su familia léxica es omnipresente a la hora de referirse a multitud de rasgos de nuestra lengua natural. El andaluz no existe o, a lo sumo, es un español avulgarado: “los rasgos representados se sitúan más en la ladera del español avulgarado” (p. 77), “esta imagen deforme y avulgarada de nuestras hablas”, “contaminándola de vulgarismos de extensión panhispánica”, “meros vulgarismos fonéticos” (p. 79), “otros vulgarismos”, “podríamos calificar de vulgarismos la casi totalidad de los fenómenos presentados”, “Estos vulgarismos”, “en los vulgarismos señalados ya”, “las formas más avulgaradas” (p. 84), “se sirvió de los vulgarismos” (p. 90) “rasgos, vulgares todos ellos” (p. 91), “el recurso al vulgarismo” (p. 93), “vulgarismos” (p. 94), “falsedad, avulgaramiento, ortografía deforme” (p. 97).
El siguiente fragmento refleja la absurda idea de que escribir en andaluz es un dislate artificioso u “osado” (su colega Antonio Narbona, por ejemplo, se valdría del término “osadía” para descalificar estas propuestas en Diario de Sevilla, el 16/V/2017 [19]) basándose en la obviedad de que la ortografía nunca refleja fielmente lo que se habla, mientras que, por lo visto, la del castellano, sí lo hace, o mucho (p. 79):
<< Volcar la pronunciación andaluza en los ajustados moldes de la ortografía normativa –la ortografía española es más foneticista que la de otros idiomas pero al fin y al cabo no es transcripción fonética– es empresa censurable por las incoherencias lingüísticas en que se incurre y la falsedad que sobre un dialecto se puede difundir. […] El Tío Clarín muestra, por su parte, un catálogo más vasto y osado de rasgos fonéticos andaluces, aunque, evidentemente, no puede escapar a la arbitrariedad y a los dislates propios de este tipo de escritura afortunadamente ya poco practicada. >>
De hecho, opinará al final del artículo que este modo de escritura “adolece de las mismas fallas que otros análogos”, entre las que destaca lo que califica como “ortografía deforme” (p. 97). Recordemos que en su cuenta de Twitter descalificó, con motivo de la presentación de Er Prinzipito, a “Los de siempre con sus chorradas sobre una inventada ortografía andaluza” [20], como si la ortografía castellana normativa y estándar estuviera exenta de ese carácter de invención. Combinará el burdo argumento ortográfico con la igualmente insostenible apelación negacionista a tomar separadamente uno por uno los rasgos del andaluz y decir que también existen en otros lugares (Moreno Cabrera, 2012) en otro momento de su estudio. Así, declara que “la grafía es un impedimento para ese tipo de transcripciones” y califica el intento de escritura como “mentira lingüística” (de nuevo, Pons Rodríguez, op. cit.: 90-91):
<< Como hemos visto, El Tío Tremenda y El Anti-Tremenda intentaron reflejar en sus páginas el lenguaje popular y castizo. Trataron de “escribir el andaluz”, pero con un resultado pobre, no sólo porque –ya lo hemos dicho– la grafía es un impedimento para ese tipo de transcripciones, sino también porque únicamente escogieron un limitado repertorio de rasgos, vulgares todos ellos y presentes en su mayoría en la totalidad del dominio hispánico, lo que convierte esos supuestos parlamentos en andaluz en una mentira lingüística. >>
Aquí tenemos otra reiteración del citado negacionismo prescriptivista (p. 84):
<< Realmente, podríamos calificar de vulgarismos la casi totalidad de los fenómenos presentados hasta aquí, puesto que la mayor parte de ellos no puede adscribirse exclusivamente a Andalucía [...]. Estos vulgarismos tienen la finalidad de caracterizar la altura social de los personajes, pero en virtud de ellos cualquiera de los dialogantes podría ser considerado hablante de otra modalidad de español peninsular, puesto que se trata en su mayoría de incorrecciones panhispánicas. >>
La constante filológica andaloespañola “de la (in)kapazidá de nuehtro zihtema linguíhtiko pa aprehendè determináh zituazioneh” (Porrah Blanko, 2014: 38) es reproducida, once again, en este otro párrafo (pp. 82-83):
<< Y es que en el discurso de Tremenda el autor oscila entre aproximarse a la expresión popular y coloquial del pueblo, remedando sus giros y locuciones más castizas, y derramar los sustentos teóricos e históricos que él cree fundamentales de la ideología absolutista. Consecuencia de esta vacilación es la inadecuación expresión-contenido que domina en todos los números: no es lo mismo utilizar el “andaluz escrito” para transcribir coplas flamencas de naturaleza oral –Machado y Álvarez– o para pintar cuadros de costumbres y de argumento idealizado –Quintero, Machado– que emplear tan ficticio vehículo de expresión para hablar de constituciones o conspiraciones catilinarias. >>
Llama la atención que Pons censure que se ponga por escrito todo andaluz que no se limite a “coplas flamencas de naturaleza oral” o “cuadros de costumbres y de argumento idealizado” y que, por contra, en el artículo de El País al que nos referíamos más arriba se indigne a causa de que “el andaluz [...] ha sido tristemente común utilizarlo [...] como forma de hablar incapaz de usarse para contenidos serios”.
A pesar de “La radicalización sugerida por estos intelectuales orgánicos”, de acuerdo con la cual se “recomienda una nueva denominación, español hablado en Andalucía, con lo cual se consuma la actitud tendente a la polaridad españolizante/castellanizante” (Porrah Blanko, 2000: 155-157), y que niega la entidad propia del andaluz subsumiéndolo en la entelequia de un estándar escrito, hipostasiado como esencia de lo que hablan (ya no solo escriben) millones de personas, incluidas las andaluzas, hay otro de los extractos del artículo, que estimamos oportuno incluir aquí, donde el subconsciente traiciona a su autora al reconocer implícitamente que reintroducir la letra <d> entre dos vocales, es decir, dejar de reflejar la inexistencia del fonema /d/ intervocálico característica del andaluz que se da en muchos usos, significa “castellanizar” la escritura; por mucho que lo indique entre comillas, no emplea otras expresiones equivalentes a 'hacer más correcta', lo que permite intuir al público que 'castellanizar' supone 'convertir al habla de otro territorio diferente' (volvemos a Pons Rodríguez, op. cit.: 83):
<< La caída de -d- es el rasgo más frecuente en el Tremenda, si bien desde los primeros números observamos que no es fenómeno sistemático. Ahora bien, ejemplos como alrededor que en los primeros números son meros descuidos, [sic, puntuación del original] hay que interpretarlos de manera diferente conforme avanza la publicación: a partir del número ochenta se multiplican en número, lo que parece coincidir con una intencionada voluntad del autor de “castellanizar” ortográficamente parte de su texto. No obstante, ese sometimiento a la norma no será total y seguirán apareciendo formas con d intervocálica perdida. >>
Por otra parte, Pons revela ya en este temprano artículo su predilección por su término fetiche categorizando como “rotacismos” vocablos como “arma” (por el castellano “alma”; p. 83) o “gorfo, er mundo, argo, sirbíos, arcanfó, farta” (p. 93). En otro lugar [21] aclarábamos que la palabra “rotacismo” como término científico designa en realidad el cambio fonético diacrónico en el latín de ese sorda intervocálica a ese sonora, y de esta a erre (Lázaro Carreter, 2008: 351; Alcaraz Varó y Martínez Linares, 1997: 505).
Por supuesto, palabras como “probe” (por “pobre” en castellano estándar, p. 83), “muncho”, “mos” (por “mucho” y “nos”, p. 84), “semos”, “asina” (por “somos” y “así”, pp. 84 y 94) o “alevanten” (por “levanten”, p. 94) engrosan el fatal catálogo de “vulgarismos” andaluces a juicio de Pons; palabras que, sin embargo, son exactamente los mismos valiosísimos e interesantísimos arcaísmos que el paradigma filológico españolista tanto valora cuando en vez del andaluz se refiere a ellos como usos del actual sefardí, tomando como ejemplo las palabras de Lapesa: “el interés que ofrece el judeoespañol consiste en su extraordinario arcaísmo; no participa en las transformaciones que el español ha experimentado desde la época de su expulsión” (cit. en Israilev, 2010). En efecto, todos los citados vocablos se incluyen en esta dicotomía esquizoide del españolismo lingüístico: mos, semos, alevantar (ibíd.), probe, muncho (Ariza, 2005) y ansina (Israilev, op. cit., y Ariza, op. cit.). Que “probe” sea hoy una palabra del sefardí normativo y, por contra, en castellano la forma elegida haya sido “pobre” no responde a que en determinadas puntos o estratos sociales de Andalucía se hable peor que en las zonas del globo donde se conserva el sefardí, sino a una mera cuestión convencional que (de nuevo, Moreno Cabrera, 2011: 198)
<< tiene que ver con un proceso típico de la estandarización lingüística en el que se elige una de diversas variantes que aparecen en la lengua natural que sirve de base a la estandarización […]. Por ejemplo, en el estándar español, de las dos variantes se me y me se se elige la primera variante como la correcta y, por tanto, desaparece un aspecto de la variación de la lengua natural que sirve de base al proceso de estandarización, es decir, se selecciona una de las diversas variedades de castellano y se desecha el resto. Otro ejemplo, dentro del léxico, es el de las variantes pobre y probe: se elige la primera como perteneciente al estándar. He aquí una nueva eliminación de la variación. De esta forma, las diversas maneras de decir –al menos en español de España– lo que en español estándar es el pobre se me cayó, a saber:
1. El probe me se cayó
2. El probe se me cayó
3. El pobre me se cayó
4. El pobre se me cayó
se ven reducidas a una sola: la última, que será la única considerada aceptable en el español estándar normativo. […] No hay lugar para variaciones no previstas en la gramática normativa. >>
Por supuesto, palabras como “probe” (por “pobre” en castellano estándar, p. 83), “muncho”, “mos” (por “mucho” y “nos”, p. 84), “semos”, “asina” (por “somos” y “así”, pp. 84 y 94) o “alevanten” (por “levanten”, p. 94) engrosan el fatal catálogo de “vulgarismos” andaluces a juicio de Pons; palabras que, sin embargo, son exactamente los mismos valiosísimos e interesantísimos arcaísmos que el paradigma filológico españolista tanto valora cuando en vez del andaluz se refiere a ellos como usos del actual sefardí, tomando como ejemplo las palabras de Lapesa: “el interés que ofrece el judeoespañol consiste en su extraordinario arcaísmo; no participa en las transformaciones que el español ha experimentado desde la época de su expulsión” (cit. en Israilev, 2010). En efecto, todos los citados vocablos se incluyen en esta dicotomía esquizoide del españolismo lingüístico: mos, semos, alevantar (ibíd.), probe, muncho (Ariza, 2005) y ansina (Israilev, op. cit., y Ariza, op. cit.). Que “probe” sea hoy una palabra del sefardí normativo y, por contra, en castellano la forma elegida haya sido “pobre” no responde a que en determinadas puntos o estratos sociales de Andalucía se hable peor que en las zonas del globo donde se conserva el sefardí, sino a una mera cuestión convencional que (Moreno Cabrera, 2011: 198).
Y con estas últimas reflexiones cerramos el repaso a la inconsistencia teórica del oficialismo filológico en Andalucía que hemos encarnado en las diversas declaraciones mediáticas y académicas de la profesora de la Universidad de Sevilla Lola Pons Rodríguez.
REFERENCIAS
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- (2011): «Unifica, limpia y fija.» La RAE y los mitos del nacionalismo lingüístico español. En SENZ, Silvia y ALBERTE, Montserrat: El dardo en la Academia. Esencia y vigencia de las academias de la lengua española. Barcelona: Melusina.
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NOTAS
[4] http://www.wordreference.com/ptes/armazém
[5] http://www.wordreference.com/ptes/praia
[6] http://www.wordreference.com/ptes/escravo
[7] http://www.wordreference.com/ptes/igreja
[8] https://es.wikipedia.org/wiki/Catarina
[9] https://www.youtube.com/watch?v=tEepMm_jdLo Minuto 29:34.
[10] Referencia a REAL ACADEMIA ESPAÑOLA y ASOCIACIÓN DE ACADEMIAS DE LA LENGUA ESPAÑOLA (2005): Diccionario panhispánico de dudas. Madrid: Santillana.
[11] https://www.youtube.com/watch?v=EdAe1uWkfZs Minuto 7:33.
[12] https://www.youtube.com/watch?v=DjHluEYAY9I Minuto 10:33.
[13] https://www.upc.edu/slt/ca/recursos-redaccio/dubtes-frequents/haver-hi#invariable
[14] https://www.uoc.edu/portal/ca/servei-linguistic/criteris/gramatica/verbs/index.html#3
[15] https://verne.elpais.com/verne/2017/07/02/articulo/1499003995_914786.html
[16] https://elpais.com/elpais/2017/08/02/opinion/1501674468_415558.html
[17] https://www.youtube.com/watch?v=tEepMm_jdLo
[18] https://www.youtube.com/watch?v=dFx-2zE85O0
[19] http://www.diariodesevilla.es/opinion/tribuna/Er-Prinzipito_0_1136286817.html
[20] https://mobile.twitter.com/Nosolodeyod/status/861987564412129280?p=v
[21] http://pensamientoandaluz.org/index.php/m-rodriguez/86-ocurrencias-y-rotacismos.html y https://www.lahaine.org/est_espanol.php/ocurrencias-y-rotacismos
1http://pensamientoandaluz.org/index.php/m-rodriguez/160-las-contradicciones-insalvables-de-la-filologia-organica-andaloespanola-momentos-estelares-de-lola-pons-i.html
2http://pensamientoandaluz.org/index.php/m-rodriguez/161-las-contradicciones-insalvables-de-la-filologia-organica-andaloespanola-momentos-estelares-de-lola-pons-ii.html
3http://ondemand.rtva.ondemand.flumotion.com/rtva/ondemand/mp3-web/Chopper/83/83-la_hora_de_andalucia-20170802_0900_1000.mp3
9https://www.youtube.com/watch?v=tEepMm_jdLo Minuto 29:34.
10Referencia a REAL ACADEMIA ESPAÑOLA y ASOCIACIÓN DE ACADEMIAS DE LA LENGUA ESPAÑOLA (2005): Diccionario panhispánico de dudas. Madrid: Santillana.
11https://www.youtube.com/watch?v=EdAe1uWkfZs Minuto 7:33.
12https://www.youtube.com/watch?v=DjHluEYAY9I Minuto 10:33.